José de María Romero Barea
Las primeras en pasar de moda son las palabras que empleamos para expresar la actualidad. Preocupados por la catástrofe inminente, no logramos entender que la catástrofe ya ha sucedido. A falta de un término mejor, nos sometemos de buena gana a la tiranía de la novedad y sus confusiones, cuando deberíamos atender a las lecciones de la experiencia. Tiene la literatura la capacidad de nombrar lo que pasa en veredictos atemporales. Algunas alegorías aúnan la política y la poesía. Estirados, hasta romperlos, los límites del discurso, solo unas pocas consiguen llegar a acuerdos en base a nuestros desacuerdos.
Una de ellas es tal vez la fábula Rebelión en la granja (1945), donde el escritor y periodista británico George Orwell (Motihari, Raj Británico, 1903 – Londres, 1950), se muestra como un creador de alternativas, capaz de diseccionar cada situación específica en encrucijadas de significado. En opinión del escocés Christopher Rush (1944), la frecuentación de la obra del autor de 1984 (1949) nos permite asimilar la fuerza de sus configuraciones en construcciones permanentes: “Los patrones se justifican unos a los otros, de forma que el lema siga siendo corrupto y perverso: todos los animales son iguales pero algunos más iguales que otros (mi traducción, al igual que las restantes)”.
Su más célebre artefacto nos recuerda que necesitamos los dones del apólogo para tomarle el pulso a la fiebre del momento. En él se encarna la monstruosidad del régimen soviético, releída no en el presente, sino en el futuro de un lenguaje, “claro el estilo, sencilla la historia”, que toma prestado del discurso coloquial su sabiduría proverbial. “Una editorial norteamericana la rechazó aduciendo que a nadie le interesaría una historia de bichos”, sostiene el periodista, “al ser publicada, poco después, algunas librerías no dudaron en incluirla en la sección infantil”. Podemos confiar en el miembro del Partido Laborista Independiente, argumenta el exprofesor de literatura en Edimburgo, para abarcar las terribles lecciones de nuestro pasado colectivo sin traicionarlas, reconvertidas en narración.
“¿Qué es lo que falla? La naturaleza humana, empeñada en interponerse a los ideales revolucionarios. Las masas, nunca demasiado dispuestas a decir basta. Los abusones, que se aprovechan de estas, para robarles el control”. Lo que describe la parábola orwelliana es la capacidad de la propaganda para vaciar nuestros espacios receptivos, al socavar la fiabilidad de las experiencias. Lo que defiende el clásico inglés es el sentido común, ese conocimiento accesorio que nos permite identificar lo esencial. Su sueño campestre de tolerancia en mitad de un mundo abstruso refleja las ansiedades de la democracia, ese sistema necesariamente imperfecto, que se tambalea si no refleja el equilibrio pacífico entre los distintos terrores que la socavan.
La literatura del creador del Gran Hermano se convierte en un arma de educación masiva, al protegernos de las amenazas de nuestras propias predicciones. Al hacer sonar las alamas, nos advierte no sobre lo que va a suceder, o no, al menos, como lo imaginamos. Leemos su relato distópico como un presagio o una vista previa del totalitarismo que nos hunde, la crónica de “una traición: la del individuo y sus ideales, a manos de naciones enteras. Si la sátira consiste en poner de relieve la fragilidad de nuestras instituciones a través de la risa, la indignación o el desprecio, no hay sátira mayor ni más verdadera que Rebelión en la granja”.
No se pretende con ella describir una realidad, sino hacer que dicha realidad se ajuste a la quimera preestablecida. Gracias a las amargas lecciones del nazismo y el comunismo, hemos logrado reducir la indeterminación a unas cuantas reglas de acción colectiva. La improvisación constante que nos merma tiene que ver con la falta de imaginación de los expertos. El artículo del autor de Sex, Lies and Shakespeare (2009), en la entrega de primavera de la revista británica Slightly Foxed, demuestra que las hilarantes escenas de nuestro desasosiego fueron descritas hace años por el Esopo británico que no dudó en afirmar: “Si la libertad significa algo, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. Parafraseando a Rush, podría decirse que la polarización que experimentamos la previó aquel contemporáneo que, al arrojar luz sobre sus propios tiempos, lo hizo sobre los nuestros.
Sevilla 2020