Por : José de María Romero Barea
Como el azote implacable de la mundial literatura que fue, el teórico estadounidense Harold Bloom (Nueva York, 1930-New Haven, 2019) supo trascender el cerrado jardín de la academia. Seguidores incondicionales lo consideraban un gurú. Arrojaba al rostro del poder supuestas verdades no deseadas. A dos meses de su triste deceso, el artículo “Crónicas de un ególatra de épicas proporciones “, evalúa la consideración característicamente hiperbólica que la posteridad hace del comentarista de las guerras culturales. La respuesta predominante del periodista norteamericano Roger Kimball (1953) es la negación del culto apocalíptico a “la arrogancia palpable” del autor de The Anxiety of Influence (1973).
En su ensayo para el primer número de la revista británica The Critic, el comentarista social conservador analiza, al mismo tiempo, la psicosis electiva que nos transforma, traducida en infraestructuras que colapsan. El profesor de humanidades en la Universidad de Yale no siempre cumplió con los objetivos declarados de promover la libertad de pensamiento, sostiene el editor de la publicación The New Criterion. Es posible atacar sus intervenciones (“pronunciamientos lógicamente incontinentes en una jerga pretenciosa que arroja más niebla que luz”) como entidades equivocadas sin un núcleo de aspiración moral. La compilación de sus conferencias y artículos denuncia la ausencia de tesis, el entrelazamiento de éxitos desgastados: la subordinación de la democracia a la élite; la complicidad de los medios; la amenaza del apocalipsis.
“Ningún poeta”, sostiene T. S. Eliot, citado por Kimball, “ni artista en categoría alguna, posee el significado absoluto. Su significación, su aprecio, coincide con la consideración de su trato con poetas y artistas fallecidos”. Comparte el erudito de El canon occidental (2005) la radical renuencia a adoptar el vocabulario dominante. Su palabra implica la inclusión de la globalidad en una empresa unificada. Defiende, en definitiva, una plantilla única, dictada por Occidente, con miras a expropiar recursos ajenos. Se defiende en el número inaugural de la revista londinense, de noviembre de 2019, una multiculturalidad que es ilusión: el discípulo del deconstructivista Paul de Man no hizo otra cosa que proteger y expandir sus intereses mediante la aplicación incesante de su influencia.
“Su interés primordial, incluso cuando parecía estar glosando la poesía romántica, fue siempre hablar de sí mismo, personal sujeto de estudio que jamás consiguió ejercer idéntica fascinación en otros”. Se inaugura la sección mensual “Vacas sagradas” con la figura de Bloom, a la que se trata como una versión negativa del excepcionalismo. La tradición anglosajona no es el centro del mundo, parece concluir el Premio al Logro de Carrera Thomas L. Phillips 2019, pero nos refleja a través de su lente maniquea: solo se puede estar a favor o en contra. Meses después de su desaparición, la importancia del Premio Internacional Alfonso Reyes 2003 se desvanece. El que fuera el último hiperpoder tuvo en vida una capacidad increíble para imponer una voluntad que se vio reducida de manera irreversible tras su muerte.
Sevilla, 201