Dice el autor, a modo de mea culpa de estos trabajos que han sido publicados hace ya algunos años y que ahora revisita como crítico que pretende ser, maduro y veraz: “Hay errores que se deben cometer en la imprudencia de los comienzos” Es la primera aproximación a lo que va a equivaler a una especie de ‘crítica de la crítica’, siendo, curiosamente, él mismo (el crítico) criticado (o aludido, o referenciado) por sí propio. Lo que no solo resulta un punto de análisis original de lo que fue la primera edición de este enjundioso libro de crítica y conocimiento literario, sino una didáctica muy interesante para el lector atento.
Así, podemos leer un poco más adelante a propósito de la frase citada: “Pero no me arrepiento. Aunque por entonces no podía saberlo, la convicción de la que surgió aquel primer libro, esto es, que la crítica literaria y filosófica seria proviene de ‘una deuda de amor’, que escribimos acerca de los libros o la música o el arte porque ‘un instinto primordial de comunión’ nos impulsa a comunicar y a compartir con los demás un enriquecimiento incontenible, iba a ser la raíz de toda mi enseñanza y mi obra posteriores”
Y luego, una vez llegados a este punto-raíz de justificación, de voluntad de especulación literaria y, de algún modo, espiritual, resulta de un gran interés resaltar, cuando menos, dos apartados en los que él mismo parece querer reparar de un modo deliberado, acaso por la rica naturaleza de significaciones que encierra.
De una parte la consideración de tragedia donde, curiosamente, confronta a Shakespeare con lo que él entiende por naturaleza interior de la misma tragedia según la concepción griega, pues “solo aquellos dramas que llegan hasta el corazón de la noche para quedarse, que se abstienen de proporcionar una promesa de esperanza o de compensación –como el ‘cielo compensador’ del Fausto de Goethe- son, en la rigurosa definición del término, ‘tragedias” (Está aludiendo aquí a una re-visión de uno de los estudios que componían la primera edición de este libro: ‘La muerte de la tragedia’)
“Para ser más concretos –escribe, en su ‘versión actual’ como crítico- la noción de una tragedia absoluta, tal y como la encontramos en la Gracia clásica y en la Francia del siglo XVII, es del todo ajena al sesgo pluralista y fundamentalmente tragicómico de Shakespeare” Y precisa: “Con la única excepción, a mi parecer, de ‘Timón de Atenas’, el maduro Shakespeare se niega a comprimir el universo en un ‘agujero negro’. Pero es precisamente esta compactación, esta suspensión de toda relatividad y esperanza, lo que define las supremas expresiones formales de la nada y la desesperación humanas como pura tragedia” Una aclaración, acaso, sorprendente y que, no obstante, sí podría tener su fundamento explicativo en ese destino negro de que fue dotado el drama trágico griego. Tal vez como una verdadera didáctica de la vida, curiosamente.
“El acto crítico –continúa más adelante, en esta re-consideración sobre la materia especulativa en su dilatada labor crítica- es una función del ego bajo condición de la voluntad. El crítico desea su praxis. Incluso allí donde su relación con el objeto al que enfoca es más afirmativa, elucidativa y anunciadora, es decir, cuando sirve de un modo más manifiesto al objeto, esta relación es, sin embargo, estructural y dinámicamente egotística (usando este término en un sentido no moralista) El rendimiento que se obtiene es, como hemos visto, un contraargumento, un posicionamiento ‘sobre y contra’ el texto o el objeto artístico que es motivo de su propuesta” Y concluye, con una rara sinceridad profesoral: “El crítico firma su percepción no menos, y con frecuencia más enfáticamente, que el creador del objeto original” Lo que, podríamos convenir, deja la obra intacta, si bien a la vez transida toda ella de la crítica en forma de duda razonable, constructiva. He aquí, así, que la obra del creador adquiere una dimensión más humanizada, tal vez más real en lo que ha de entenderse como divergencia o analítica razonable.
Por fin, y como añadido inexcusable de actualidad, dedica unas páginas muy reveladoras a propósito de la condición personal (para el caso, sexual) como interferidora, como exposición añadida, de una opinión artística. Y para ello elige la figura de una clásico de la crítica de arte, cual ha sido el caso de Blunt. Aquí, también, para ‘revisitar al crítico’ “Hasta hoy se han escrito infinitas páginas sobre la incidencia de la homosexualidad en los círculos universitarios de Cambridge de los cuales los servicios secretos soviéticos reclutaban su galaxia de agentes (…) Uno de los principales testigos del homoerotismo de Blunt, el ya fallecido Goronwy Rees, era un informador brillante pero emocionalmente errático y no siempre impecable (quedémonos, si acaso, con este adjetivo)”
Como el tema (con fundamento) le preocupa, nos deja una visión interesante de este fenómeno, con esta tendencia: “Ni la sociología ni la historia cultural, ni la teoría política ni la psicología han empezado siquiera a abordar (¿se está haciendo ya hoy día?, cabría preguntarse) de manera solvente el extenso tema del papel que ha tenido la homosexualidad en la cultura occidental desde finales del siglo XIX (¿y por qué no antes?)” Pero en este punto el tema queda pendiente, digamos a expensas de la futura consideración crítica: “El asunto es tan difuso y de tanta complejidad metodológica y emocional que requeriría una combinación de Maquiavelo, Tocqueville y Freud para producir el gran libro que falta”
¿Y hallará el tema la inteligencia suficiente, y veraz en unos protagonistas críticos fiables para llevar a cabo esta labor en un tiempo en que la especulación socio-filosófico-médica está robada por los medios aportados desde la (aparente) concepción científica de una mal llamada realidad virtual?
Ricardo Martínez – Web de Ricardo Martínez