“La filosofía nos pone en guardia”
Por: Rodrigo Moya
El profesor titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza publica con Plaza y Valdés Editores un libro que se las trae, se trata de un “Diccionario de filósofos y filósofas en la senda de la sospecha”.
El Placer de la Lectura entrevista en exclusiva al autor de una obra necesaria en estos tiempos de enredos.
Pregunta: – ¿Por qué este “Diccionario de filósofos y filósofas en la senda de la sospecha”?
Respuesta: – Me pareció que existía una demanda de una obra de este estilo en la que se presentara de modo breve y claro a los autores y autoras más relevantes de los siglos XX y XXI. No hay obras de este formato en la actualidad y puede resultar muy útil para quien quiera ponerse al día del pensamiento contemporáneo. Si alguien tiene curiosidad por saber qué plantean autores como María Zambrano, Slavoj Zizek, Walter Benjamin o Simone de Beauvoir, lo encontrará aquí de modo resumido pero suficiente. E, insisto, con un lenguaje accesible.
P: – ¿Cuál es la herencia de Marx, Nietzsche y Freud?
R: – En la transición del siglo XIX al XX se observan enormes mutaciones en diferentes ámbitos. En la estética surgen las vanguardias, en ciencia, la termodinámica, la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica; en el ámbito del pensamiento, Marx, Nietzsche y Freud van a erosionar los fundamentos del pensar moderno y van a poner las bases de las nuevas formas de pensar que se desarrollan a lo largo del siglo XX y en la actualidad. Los tres apuntan a una nueva concepción del sujeto y se muestran muy atentos a las influencias que la sociedad, la cultura, la historia, provocan sobre los seres humanos. En ese sentido, toda la filosofía contemporánea es deudora de los gestos filosóficos que realizan estos tres autores y que se podrían resumir en su desconfianza hacia las formas tradicionales del pensamiento.
P: – ¿Me podría citar algunos nombres que aparecen en este diccionario?
R: – En el diccionario aparecen desde nombres clásicos del pensamiento, como Sartre o Heidegger, hasta las nuevas referencias contemporáneas, como Rawls, Negri o Butler. Se ha prestado atención a pensamientos emergentes de fuera del ámbito europeo, como el que representan la boliviana Silvia Rivera Cusicanqui o la india Gayatri Spivak. Y no se ha dejado de lado el pensamiento en español, con autores como el imprescindible Ortega y su escuela o el menos conocido Jesús Ibáñez, un sociólogo de una enorme relevancia.
P: – El lenguaje de su libro es directo; directo, pero lleva una importante carga de conocimiento. ¿Va por ahí la filosofía en estos tiempos?
R: – En todos los tiempos, en el ámbito de la filosofía, hay quien escribe de modo claro y quien lo hace de modo oscuro. Yo me siento alejado de quienes convierten la filosofía en un ejercicio esotérico en el que hay que desentrañar el sentido de cada palabra. Generalmente, los filósofos entendemos que tenemos cosas importantes que decir. Y, si esto es así, es preciso que esas ideas y reflexiones lleguen al conjunto de la sociedad. Por eso me parece tan importante utilizar un lenguaje que, sin dejar de lado el rigor, traslade de una manera comprensible lo que se pretende decir. En una obra de las características de esta me parece todavía más necesario.
P: – Realidad y autoayuda, una relación que hoy genera dependencia. ¿Qué espacio tiene la filosofía?
R: – Cada vez estoy más convencido de lo imprescindible que resulta la filosofía para una formación real de las personas. Y no es una cuestión gremial, en absoluto. Se trata de constatar que la filosofía es la única disciplina que nos dice, «eh, cuidado, quizá lo que te dicen, o lo que ves en las pantallas, no es tan cierto como te parece en un primer momento». La filosofía pone en guardia y eso es especialmente importante en un mundo en el que estamos sometidos a una influencia brutal de la tecnología de la comunicación, en muchos casos dominada por unos poderes económicos que permanecen ocultos. La filosofía, además, cuestiona los discursos del «sentido común» y nos hace ver que ese sentido común tiene carácter histórico y que, de ese modo, lo que fue de sentido común en una época, por ejemplo, que hubiera esclavos o que las mujeres carecieran de ciertos derechos, es impensable en otras. Si somos conscientes de que lo que pensamos es fruto de una época, de una cultura, de una sociedad, quizá seamos menos intransigentes en nuestros planteamientos y estemos más abiertos a dialogar y a escuchar lo que otros tengan que decir.
P: – ¿Vamos a un cambio radical de paradigmas o todo lo que se dice al respecto es un maquillaje?
R: – El cambio de paradigma se viene produciendo, como he dicho antes, desde la transición del XIX al XX. Es algo que señala muy bien uno de los autores que presento en el libro, el portugués Sousa Santos. Nuestras sociedades, por usos, prácticas y modos de pensar, están muy alejadas de esa época. Vivimos un mundo en el que lo virtual tiene cada vez un mayor peso, un mundo en el que las crisis, ecológicas, económicas, sanitarias perfilan un futuro tremendamente incierto. Las formas de pensamiento no pueden sustraerse a los cambios sociales. Por ello, las profundas mutaciones que hemos vivido, y que vamos a vivir, exigen una adaptación de las maneras de pensar. Estamos viviendo, por ejemplo, un enorme problema con las epidemias de bulos que asolan las redes e, incluso, los medios clásicos de comunicación. Sobre esto ya empezó a pensar la filosofía y la sociología en el último tercio del XX con el concepto de simulacro.