A los lectores de Graeme Macrae Burnet, inevitablemente fieles, ya no les sorprende que aquel se presente como un mero intermediario que ha accedido de forma azarosa a unos textos que ahora se encarga de transcribir. De hecho acaban asumiendo ese recurso como parte de la estrategia para proporcionar a la narración una seductora apariencia de realidad.
Un plan sangriento, el apasionante thriller histórico y social que le dio a conocer, tenía como punto de partida unos documentos encontrados cuando el autor buscaba información sobre su abuelo, mientras que en Caso clínico, su última novela, es un desconocido el que supuestamente le hace llegar al autor escocés ciertos escritos relacionados con el psiquiatra protagonista.
Por su parte, las novelas protagonizadas por el inspector Gorski aparentan ser la traducción realizada por Macrae Burnet de sendas obras de tintes autobiográficos escritas por un tal Raymond Brunet, la primera de ellas, La desaparición de Adèle Bedeau, supuestamente llevada al cine por Claude Chabrol.
El accidente en la A 35 es pues el segundo caso de un Maigret de provincias, asiduo cliente de bares y restaurantes mediocres de una pequeña localidad fronteriza en los que, entre las mismas caras de siempre, intenta recuperarse de las tensiones con sus subordinados y de la reciente ruptura con su mujer. En esta ocasión el inspector se va a embarcar, a petición de la viuda, en la investigación de la muerte, aparentemente accidental pero rodeada de incongruencias, de uno de los socios de un influyente bufete.
Al igual que en el primer caso del inspector, Macrae Burnet va a alternar la acción entre las pesquisas de Gorski y los movimientos de un segundo personaje principal: Raymond, el hijo adolescente del difunto y trasunto del supuesto autor que, tras hallar una dirección anotada entre los documentos de su padre, decide investigar por su cuenta. Esta alternancia va creando incluso un paralelismo sugerente entre ambos protagonistas, tanto por el carácter retraído que comparten como por algunas situaciones similares que afrontan.
De igual modo, en ambas novelas los libros que leen esos segundos protagonistas adquieren cierta relevancia: mientras que en La desaparición de Adèle Bedeau el atribulado alter ego de Raymond Brunet se reconocía en los personajes de Zola dominados por el destino, ahora el hijo del abogado siniestrado encuentra en Sartre el impulso vital para afrontar su vacío existencial. Lo malo es que le atrae especialmente la escena de la navaja de La edad de la razón, y desde que aparece una en el texto el lector intuye que va a jugar su papel. O quizás el que juega es el propio Macrae Burnet con el lector y con la advertencia de Chéjov sobre las armas.
En su búsqueda de recrear el ambiente de las novelas de Simenon, el autor escocés se esmera en la descripción del entorno y de los figurantes. Así, mientras Raymond busca la misteriosa dirección, su mirada y la nuestra va de la mujer que se baja con él del tren a los transeúntes a quienes abordar, de las paredes deterioradas de un inmueble a sus balcones y gárgolas, de la anciana con el perro que sale del portal al escaparate de la filatelia de enfrente, creando una secuencia del más puro cine negro.
Finalmente, Macrae Burnet vuelve a incidir en el trasfondo racista y machista de esa sociedad provinciana, y en unas prácticas policiales corruptas que, en este caso, llevan a un colega de Gorski a querer resolver en falso el asesinato de una mujer. Así que homenaje al escritor belga sí, pero también un noir que, a hombros de gigantes, viene a expandir las fronteras del género.
Rafael Martín