Lo bueno de la literatura es que por mucho que leas, siempre habrá algún libro que te coja desprevenido y te sorprenda, recordándote el porqué amas tanto leer. Con la última novela que me ha ocurrido ha sido con la primera obra literaria de María Larrea. Hay que dejar claro eso de «primera obra literaria», ya que esta cineasta tiene experiencia en la escritura de guión cinematográfico, pero esta vez se ha atrevido con la novela, y esperemos que no sea la última.
María Larrea, nacida en Bilbao, hija de emigrantes, regresa a los pocos días con sus padres a París, donde estos trabajaban como limpiadores y porteros de un teatro de la ciudad de la luz. Posteriormente se licenció en cine en La Fémis, la prestigiosa Escuela de Cine gala. Ha trabajado como directora, guionista y actriz. Como guionista recibió el Premio del Público en el festival Premiers Plans de Angers.
Hasta aquí lo normal, hasta que vamos descubriendo que su abuela, una mujer gallega, tuvo que dejar a Victoria, su madre, al amparo de unas monjas. Y que su padre, Julián, bilbaíno como ella, fue hijo de una prostituta que tampoco se pudo hacer cargo de él. Con un árbol genealógico tan peculiar, la juventud de María se viste de blanconegros entre vicios y deseos. Hasta que un día, por azar, descubre un secreto que hará tambalear todo su mundo, poniendo en duda su propia identidad.
Ahora es cuando os preguntaréis si lo que os he resumido es la sinopsis de la novela o la biografía de la autora, y es que aquí es cuando llega lo interesante, puesto que María Larrea lo que ha pergeñado es una novela autobiográfica. Y no es para menos, porque realmente es una vida de novela la que ha vivido esta novel autora.
Resulta interesante ya no solo por la introspección en tan particulares antecedentes. No menos lo acontecido en su época estudiantil, donde los excesos se sucedieron desde muy temprano, sino cuando cumplidos los 27 años descubrió un secreto que hizo girar su vida ciento ochenta grados. Comprobará en su propia piel como los tentáculos del tardo franquismo aun seguían urdiendo pavorosas tramas donde la maldad y ambición de algunas personas se aprovechaban y jugaban con el destino de los más inocentes.
Esta es la primera novela de María, pero para quien ignore este dato, no resulta evidente en ningún momento. El talento de esta mujer debe ser innato, es una delicia leerla. Tal vez si se vislumbre esa experiencia en la imagen en movimiento, porque su pluma es muy visual. A pesar de prescindir de arduas descripciones, nos imaginamos a cada momento la acción y a quienes la protagonizan. Texto plagado de exquisitas metáforas y analogías que aluden a las imágenes que forman parte de la profesión de la autora. Es una delicia disfrutar esa manera de jugar con presente y pasado; en esa narración omnisciente para pasar a la primera persona. Nos traslada a ese pasado de sus ancestros de forma muy cinematográfica, creando la tensión y con frases que sentencian, como con las que indica quien será algún día su madre, quién será su padre.
Todo lo que afirmo sobre ella no es solo opinión mía, como demuestra el galardón obtenido como mejor primera novela de la revista francesa Les Irockuptibles.
Este librito de apenas doscientas páginas, me ha calado más hondo que cualquier obra de ochocientas que haya leído últimamente. María me ha llegado tanto por su historia como por su forma de narrarla. Contagia esa necesidad de saberse quién es, extrapolando su situación a la de cualquiera de nosotros, remarcando lo importante que es reconocer nuestra identidad.
Autora a la que hay que tener en cuenta y seguir, porque albergo la esperanza de que su trayectoria como novelista continúe, y nos deleite de nuevo con ese estilo tan particular.