En su libro ‘Armas, gérmenes y acero’, Jared Diamond analiza las causas últimas que otorgan a una civilización el poder de desplazar, aniquilar o imponerse a otra, no solo las inmediatas evidentes que el título de su obra sugiere. Como ilustración de esos momentos históricos en los que dos civilizaciones entran en colisión, Diamond escoge y desarrolla el desigual enfrentamiento entre Atahualpa y Pizarro con su conocido desenlace, y se pregunta con insistencia por qué las cosas no ocurrieron al revés: por qué no fue Atahualpa el que viajó a España para capturar al emperador Carlos.
Laurent Binet, ganador del Goncourt de Primera Novela con ‘HHhH’, ha recogido ese goloso guante para crear con ‘Civilizaciones’ una impresionante ucronía merecedora del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, en la que lleva hasta sus últimas consecuencias esa incierta posibilidad: Atahualpa cruza el Atlántico rumbo al, para él, Nuevo Mundo.
Binet va a darle la vuelta a la Historia, pero manteniéndose fiel a los postulados que Diamond establece en la obra con la que obtuvo el Pulitzer en 1998. En realidad solo va a introducir algún pequeño cambio: los vikingos, que efectivamente se acercaron a América desde Groenlandia, van a prolongar su aventura viajando hacia el sur, hacia el Caribe, dejando por toda la zona su tecnología del hierro, los animales de tiro y gérmenes ante los cuales la población acabó consiguiendo inmunidad.
A partir de ahí, el viaje de Colón no va a resultar tan exitoso como en la otra Historia, lo cual desincentivará futuras incursiones desde Occidente, y la lucha de Atahualpa con su hermanastro por el Imperio Inca llevará a aquel a embarcarse en una aventura que resultará el reflejo especular de la que conocemos: Salamanca, convertida en la nueva Cajamarca, será testigo de la traición para tomar preso a Carlos y del comienzo de la inimaginable expansión del dominio inca a partir de una insignificante avanzadilla.
Binet subvierte la Historia europea confrontando a sus más insignes personajes con un Atahualpa que, guiado por el texto de Maquiavelo, creará alianzas, promoverá disputas y aprovechará conflictos. En especial el llamado religioso, que el autor francés desmenuza para desvelar, tras la figura de Lutero, los intereses de los Príncipes alemanes, y junto a la del Papa, los del Emperador. El Inca, por su parte, promoverá la tolerancia religiosa e instaurará el culto al Sol, presentándose como redentor del sufrimiento de los pobres.
Siguiendo esa larga tradición que va desde el marroquí de Cadalso al extraterrestre de Eduardo Mendoza, por quedarnos cerca, de extranjeros que observan extrañados las costumbres del país que visitan, los incas de Binet se escandalizan ante las supersticiones y la miseria sumisa del pueblo llano, o ante las iniquidades del Santo Oficio. Una mirada que, aquí también, sirve para poner en evidencia todo el entramado social.
Impagables resultan, por otra parte, las imágenes de un Tiziano inmortalizando las victorias incas, o la de un Miguel Ángel trabajando en la nueva Corte española. Como excepcional el extravagante periplo que conduce a Cervantes a un retiro junto a Montaigne y El Greco. Y todo ello a partir de un linaje femenino que comienza en una aventurera nórdica y llega hasta una inquieta cubana, indispensable acompañante del Inca.
A lo largo de la narración Binet va pasando del estilo de las sagas islandesas, al de las crónicas de Indias, del de una epopeya mitificadora al epistolar del intercambio entre Tomás Moro y Erasmo. Una prosa cervantina le servirá, finalmente, para cerrar una novela que quiere cuestionar la solidez de los cimientos de nuestra civilización, y recordarnos que, en realidad, todo podría ser distinto.
Rafael Martín