Uno de los mayores (y mejores) ingredientes de la literatura ha sido siempre la imaginación. Añadido en una dosis apropiada (comedida, para que el sabor de la lectura no edulcore en exceso o enrede y entorpezca) el resultado de lo saboreado puede resultar una exquisitez. Más si el cocinero, para el caso el autor, pone todo el amor necesario -y algo más- en la elaboración de su plato.
Cocinero renombrado en sí y avalado por sus resultados culinario-literarios, don Álvaro ha sido siempre requerido por los mejores gourmets para todo lo que concierne al bien elaborar los alimentos (en este caso la literatura), de ahí que, por qué no, pudimos encontrarnos un día con una colaboración periodística en forma de esquela imaginaria donde el dolor de los herederos se intuye manifiesto y sincero, o, en otro caso, el papel recoja el relato de una batalla desigual entre indios y vaqueros donde los primeros hablan en gallego y los otros en castellano (la refriega, a buen seguro, para el lector, resultaría de lo más vívido y carnal)
Cabe asociar desde siempre, creo, a Álvaro Cunqueiro con la labor literaria en prensa, y es así que su producción ha sido numerosa, distinta, y siempre llena de maravillas, deslumbrante, para los lectores. Para el caso que nos ocupa, el compilador, González Somovilla recoge una gavilla de artículos publicados a lo largo de los años en distintos medios gallegos, desde su primeros trabajos en el semanario Vallibris en su Mondoñedo natal hasta el Progreso de Lugo o el que, por antonomasia, ha sido su periódico de cabecera, el Faro de Vigo, del cual llegó a ser su ilustrísimo director.
¿Los temas?, de un amplio arcoíris: desde la novedad socio-económica que supuso la instalación de una celulosa en el paisaje gallego hasta la alusión a ese príncipe de plata de los ríos que es el salmón. Desde una onomástica a ese otro gran escritor gallego que fue Wenceslao Fernández Flórez hasta el recordatorio homenaje a ese niño parlante uruguayo que nació diciendo ‘Madre, leche’ y ‘tío, mate’ Un consumidor de pro.
¿El secreto del encantamiento que producen los escritor –también ahora, todavía hoy- de Cunqueiro? una de las prosas más poéticas que se hayan dado en la literatura española reciente, la capacidad de alusión a personajes –ya reales, ya imaginarios- que hayan ‘existido’ en cualquiera de las edades del hombre; la palabra elegida, aérea y limpia, nunca vana, que se acuna en tantos de sus párrafos, y siempre, siempre, el llevar la inteligencia de todo lector más allá de donde éste nunca soñaría en llegar por sus propios medios: “Hablando de las olas y los vientos, Swinburne es el escogido. Yo tengo cierta predilección por Swinburne y he gastado horas invernales en traducir al gallego algunos fragmentos de su Tristram de Lyonese (…) El verso citado por Mrs. Carson es de Atalanta en Calydon y es un verso típicamente, hechiceramente swinburniano: ‘Los pies del viento brillan a lo largo del mar’ Es un final hermoso para una historia marítima; ya se han ido todas las velas y acaso ha muerto Lear, el rey del mar…”
Para eso, para que el lector pudiera prolongar en su imaginación la historia, cualquier historia, han nacido un día, en Mondoñedo o París, escritores que, dotados de capacidad de ensoñación, capaces de superar cualquier artrítica realidad, de adornar y enlucir una historia, una aventura, una amor hasta ‘hacerlo’ real. Historia que, al poco, ese solitario lector hará suya porque, en ello, en esa labor de atender y escuchar al escritor, hallará gozo y consuelo, fantasía y, a la vez, el conocimiento de la realidad verdadera.
La que cuenta, la del corazón
Addenda: Ignoro, lo confieso, si, por fin, don Álvaro recibió algún tipo de información respecto de lo que había pactado con su amigo Fulgencio, el moribundo. En su féretro el escritor pondría un despertador para recordarle al amigo que no dejase de informarle acerca del Más Allá y sus realidades, más o menos confesables. ¿Hubo comunicación? ¿Cómo? Lo ignoro (pero todo es posible) aunque a mí lo que me gustaría conocer es si existe transcripción cunqueiriana del relato.