Por José de María Romero Barea
Si leer supone una manera de eludir dificultades, evaluar lo que leemos supone acometer vías de reconocimiento: “Cuando se editan alrededor de 4.000 a la semana, ¿qué sentido tiene ocuparse de volúmenes fallidos?”. Así se expresa el novelista británico David John Taylor (1960) al oponerse a la confesional inclinación preponderante. Se agregan capas de ironía e involuntarias revelaciones (“Examinar sistemáticamente, al igual que ver partidos del Norwich Fútbol Club, es algo a lo que entregarse con placer, un tic involuntario al que jamás hay que resistirse”). Sincero y burlón, su artículo para el tercer número de la revista londinense The Critic, de enero de 2020, proclama desconfianzas de lo subjetivo, oportunas reivindicaciones de la labor crítica como una forma de autoexploración.
Aumenta su ensayo para la publicación inglesa nuestro conocimiento del oficio. Aunque ampliamente favorable, contiene acusaciones de fallas y defectos: “El secreto radica no en cuestionar si una novedad nos parece o no pertinente, sino en responder convenientemente a sus encantos, aunque sea con el rechazo. La clave de un veredicto no es la sensatez o la erudición, siquiera el buen o mal gusto, lo de menos es la moderación. Al contrario, la originalidad de nuestra réplica estriba en su vitalidad”. Se aferra el profesor del St John’s College, Oxford, a los logros, pero también a las decepciones del donoso escrutinio.
Frente a nuestra propensión a privilegiar la mentira útil a la verdad dañina, el Premio Man Booker 2011 denuncia la opulencia y el egoísmo oculto tras la labor del reseñismo, “consistente en cultivar variantes moderadas del escepticismo, en asumir que nueve de cada diez novelas no merecen la pena, pero sobre todo, en impregnar con nuestra personalidad el texto al que nos enfrentamos”, al tiempo que abjura de la literatura de libre mercado, del predomino del homo economicus olos estragos del individualismo ilustrado. Revela el articulista de New Statesman, The Spectator o Private Eye las innumerables formas en que usamos, y por lo tanto corrompemos, el lenguaje para ocultar o restringir el pensamiento.
Contra la propaganda en línea, el colaborador del The Daily Telegraph, The Guardian o The Independent elabora alegatos en defensa de un raciocinio enfrentado al narcisismo del impulso diagnóstico, diacrónico, nada complaciente. Es su exégesis una refutación mordaz de lo privado: “¿Para qué reseñar libros? Para intentar conocerlos mejor, para animar al lector a entenderlos mejor, pero sobre todo, para comprendernos mejor a nosotros mismos”. Contra el totalitarismo del poder arbitrario de una posmodernidad que no solo controla las mentes sino que destruye el concepto mismo de verdad objetiva, la beligerancia del análisis del Premio Whitbread Biography 2003, preciso en sus detalles incidentales, convincente en sus afirmaciones.
Sevilla, 2020
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