Escritor Héctor Álvarez Castillo:
El autor argentino del libro “Camino a Babel. Conversaciones con Jorge Luis Borges” (Huso Editorial, 2019), se define como “un sobreviviente que escribe” y aparta un tiempo de esa diaria batalla para conversar con El Placer de la Lectura. La saturación de novedades, la frivolización de la industria editorial, son algunos de los temas que aborda en este diálogo.
Pregunta: – ¿Por qué Jorge Luis Borges?
Respuesta: – Creo ser preciso si afirmo que me formé como lector desde los últimos años de la década del sesenta hasta fines de los setenta. Lo que vino posteriormente fue construido sobre los cimientos que se levantaron en esas idas y vueltas con diversos libros y autores, además de otras inquietudes que van desde el ajedrez a la música. Y era imposible en ese tiempo y siendo porteño no tener a la figura de Borges como señera. A la de él se le agregaba la de Julio Cortázar, si bien tenía otra relevancia. Borges, utilizando una imagen que Nietzsche emplea acerca de Napoleón, para nosotros llevó el arco de la literatura a su máxima tensión. En Camino a Babel, luego de la cita de algunos versos, me refiero a la influencia que ha ejercido en base a una metáfora que entiendo sigue vigente: “Se creció a la sombra de tan vasto árbol que cuando uno más supone haberse alejado, el sol solo nos alcanza a través de su copa y hay más colores que en una selva otoñal.”
Él es el escritor con el que dialogo siempre, discuto, entro en conflicto, a veces nos amigamos, otras no. Desde esa cifra y símbolo que es, juega a ser el espejo que me devuelve una imagen en ocasiones deformada, otras en armonía, pero siempre en movimiento, atravesada por un logos que la vivifica. Y a la pregunta, bien le podríamos responder con otro interrogante: Y si Borges, no, ¿quién entonces? La universalidad que propone es difícilmente alcanzada por otros escritores contemporáneos, esto dicho sin menoscabo de la maestría en el arte de la escritura que han sabido exhibir seres como García Márquez, Rulfo y el poeta mayor, Juan Ramón Jiménez.
P: – ¿Qué hay de Borges en la literatura de Héctor Álvarez Castillo?
R: – No considero ser la persona capacitada para responder eso con idoneidad, no tengo la distancia suficiente, el desapego necesario para hacerlo. Lo que está a mi alcance es el ensayo de algunas ideas o juicios, parciales, por cierto. Y ahí rescato la búsqueda del término exacto, la precisión en el uso de las palabras, aunado esto a la concisión, y si esto no ha sido un logro en mi escritura, al menos han sido parte de las aspiraciones de mi labor como artista. Borges no ha sido el único, está de más aclararlo, en ir tras estas y otras virtudes, se me viene a la mente Flaubert. Entiendo que no hay autor que no esté tras ese uso del lenguaje, pero sí podemos decir que, en nuestra lengua, en lo que hace al siglo XX, él fue quien se lo propuso con mayor decisión. Al menos nos hizo creer a muchos que fue así, como muestra de esa magia o encantamiento que rodeaba su personalidad.
Ahora, considero que también es interesante -quizá más interesante- hablar sobre las diferencias que yo avizoro desde lo consciente, diferencias que nacen en búsquedas distintas y un temperamento, un carácter y origen que son las notas que marcan -más allá del desigual talento- lo singular en cada obra, aquello que a la postre definimos como estilo. En Borges hay límites que están presentes no solo en la expresión sino en lo argumental y en los temas abordados. Y la influencia de lo físico actúa como un limitante que en ocasiones no nos animamos a señalar en toda la carga humana y artística que significa. No olvidemos que tras lo físico viene lo amatorio, y Borges fue un ser humano tan enamoradizo como propenso a fracasos.
P: -En tiempos de montañas de frivolidad, ¿qué nos sigue diciendo la obra de Jorge Luis Borges?
R: – No recuerdo una línea de Borges que sea frívola. Da la impresión de que el autor de El aleph habitaba un país donde lo pueril, lo trivial, no tenían lugar. No podemos sentenciar que su literatura fuera grave ni ceremoniosa, muy por el contrario, la ironía, bromas y hasta burlas ocultas, les otorgan un tono alejado a esas calificaciones. El Borges polemista está presente en buena parte de sus mejores textos. Ese diálogo inteligente e irreverente con la cultura, desde la argentina a la que compartimos todas las naciones, no daba lugar a frivolidad y tampoco a una gravedad seca. Veo una foto de Borges riendo, con ganas, y veo al mejor Borges escritor. Yendo a su pregunta, ¿qué nos sigue diciendo Borges? Seguramente que su sola proximidad espanta lo frívolo y también su correlato, el academicismo que no supera en su manifestación a la expresión de una mera formalidad. Es un autor que exige al lector, exige a quien lo oye en un reportaje grabado, exige a quien se le acerca, pero no desde un sitial, sino desde la confesión que nos hace de sus reflexiones, de sus ideas estéticas y también de su filosofía, desde la confesión de su compromiso con la literatura y a través de ella con los seres humanos.
P: -Usted conoció muy joven la obra del genio argentino, ¿ha conocido en los últimos años experiencias de jóvenes que aborden esa literatura con tanto entusiasmo?
R: – Hago memoria y no, creo que “no” es la respuesta cabal a esta pregunta. Eso si hablo del universo de los lectores que van desde la adolescencia a los cuarenta años. Esto sin negar la excepción, siempre presente. Considero que el entusiasmo por Borges no es el mismo actualmente que el que tuvieron las generaciones anteriores. Ha cambiado el escenario. Veo a los actuales pendientes de la novedad, de lo que dictan, generalmente, los diarios, los críticos, la industria editorial… Es otra forma de llegar a la literatura y a los libros, tiene otros riesgos, pero lo esencial no se debe haber modificado, y está en la formación de un criterio que el lector crea y va puliendo en la frecuentación de los clásicos. Y siempre hay autores clásicos conviviendo con nosotros. Eso fue ante todo Borges, un clásico habitando nuestra contemporaneidad. Y de allí nuestra sorpresa y a veces extravío, cuando le solicitábamos que se expidiera sobre cuestiones absolutamente ajenas a su arte y a sus intereses. Estoy hablando con especial referencia a cómo procedíamos los argentinos.
Ahora, yendo a cómo nos formamos como lectores e incluso como escritores, entiendo que tanto el paladar como el estilo, no dejan de pertenecer a la esfera del individuo. El trabajo intelectual es de solitarios, pero de solitarios que se relacionan, como si fuesen miembros de una fraternidad. Quevedo siempre está vigente con esos magistrales versos que son una síntesis de lo que intento trasmitir: “Retirado en la paz de estos desiertos. / Con pocos, pero doctos libros juntos, / Vivo en conversación con los difuntos, /Y escucho con mis ojos a los muertos. // Si no siempre entendidos, siempre abiertos, /O enmiendan, o fecundan mis asuntos;/ Y en músicos callados contrapuntos/ Al sueño de la vida hablan despiertos.”
P: – ¿Hay vida después de tantas novedades editoriales?
R: – Las novedades constantes nos abruman, eso nadie puede negarlo y no deja de padecerlo. Por un lado, hay quienes dicen que cada día se lee menos y, por otro, presenciamos que constantemente aparecen más autores, más obras, más libros editados. Esto sin atender a lo que sale en la Web, desde Blogs, revistas online, etcétera. ¿Hay vida después de esto? Sin duda que sí, pero a veces sentimos que necesitamos un machete en la mano para ir atravesando ese monte cerrado que se desborda ante nosotros. Debemos superarlo, trascenderlo; cada época tiene sus riesgos y molestias. Esta en buena parte tiene en esta desmesura lo suyo, a lo que debemos añadir lo comentado cuando mencionamos a los formadores de lectores. A los escritores -y no solo a los nuevos, a quienes no se han hecho de un prestigio aun, sino a todos, más allá de las diferencias- les atañe y altera, porque disminuye la visibilidad de nuestras obras, y con ello de la circulación de la que estas pueden gozar. Pero de alguna manera los nuevos medios técnicos de producción, el auxilio de las tecnologías, la impresión a demanda, también nos benefician. Si no hay agente literario que nos represente, si no hay editorial que reciba nuestros originales, pero seguimos confiando en la calidad de nuestra producción, con un esfuerzo que está al alcance de cualquiera o con el auxilio de algunos afectos, podemos llegar a ver impreso nuestro libro de cuentos, de poemas, nuestra novela, y así darnos a conocer, aunque más no sea, en un círculo estrecho. Luego el tiempo dirá. Nunca olvidemos que Lovecraft no vio ninguna de sus obras editada en libro, que a Kafka no le fue mucho mejor y Emily Dickinson vivió sus pocos más de cincuenta años en la intimidad. Este periodo no es, justamente, el peor, solo nos solicita otra creatividad y esfuerzo. Hay que dar con el hilo de Ariadna.
P: – ¿Quién es Héctor Álvarez Castillo?
R: – Lo primero que se me ocurre decirle es que es un sobreviviente de esta Argentina que me tocó vivir, y esa constante por sobrevivir, por el día a día, en una sociedad y un país que existe y persiste en la decadencia, ha sido lo que marcó esta existencia. Al margen, cuando hay tiempo y voluntad, a veces escribo, desde poesía a narrativa, si bien como dramaturgo se han estrenado algunas obras de mi autoría y el ensayo -que hoy, justamente, nos cita- es un género en el que me siento cómodo y me da posibilidades de expresión que otros géneros no otorgan.
En estos meses estoy dando forma a un ensayo donde retomo algunos problemas acerca de la creación que están en la obra editada por Huso, ese volumen se llama Camino de rosas, lo que ya delata una continuación. Espero para el año próximo haberle dado forma. No será un texto extenso, sino breve y también organizado en base a 64 puntos. Mientras aguardo la salida para este año de un par de libros de cuentos, la antología de narraciones de literatura fantástica Ceos y la noche y otro libro que reúne textos inéditos, además de la novela Historia de dos mujeres. Un nuevo editor presentará en breve como proyecto una colección dedicada a mi obra poética. En tres años está la intención de que se publique en ocho tomos mi obra lírica completa. Allí estarán desde el inicial Amatista, 1981-1985, hasta el extenso cantar dedicado a la Guerra del Paraguay, Memorias de la Guerra Guasú y dos volúmenes inéditos. El tiempo pasa, ha pasado, siempre veloz, y es hora de ir cerrando parte de lo que se ha escrito en estos casi sesenta años. Eso es, o así siento que es, Héctor Álvarez Castillo, un sobreviviente que escribe.