Por: José de María Romero Barea
Nos esperan mudas en sus estanterías. Nos miran desde su indiferencia autóctona mientras nos perdemos en pensamientos extranjeros. Llegan a nuestras manos y salen de ellas, cambiándonos por completo: “Cuando un poeta en otro idioma nos atrapa, conocerlo en versión bilingüe nos permite acercarnos a su esencia”, sostiene el periodista británico Douglas Murray (1979). En volúmenes individuales, albergan multitudes; intemporales, las recorremos con mirada inquieta o con ingeniosa ensoñación, mientras difuminan la línea que separa (o une) a los idiomas. Sus satisfacciones son indistinguibles de sus desafíos. Prueban nuestras facultades (memoria, imaginación, empatía). Nos enfrentan a nuestras fronteras.
“Las mejores traducciones suelen ser milagros por derecho propio”, sostiene el comentarista inglés en “Biblioteca”, su columna literaria mensual para la revista londinense Standpoint (mayo, 2019). Leerlas supone un aprendizaje continuo: nos informan, nos estimulan, nos activan: “La transcripción de Colquhoun al inglés del Gatopardo es tan sutil y fluida que puede obtenerse de ella tanto como del original (o eso aseguran mis amigos italianos) de Lampedusa”. Nada en ellas que no podamos encontrar en otra parte, y, sin embargo, de la suma total de sus aparentes limitaciones surge un artefacto que logra lo que otros no pueden: penetrar otras culturas, extendernos, ilimitados.
Toda traslación se define por su indefinición. Más allá de sus capacidades, nos obliga a dividirnos. Genera una forma y un estilo apropiados a nuestras necesidades, supone un punto de partida. Prueba nuestra capacidad de conjurar lo trascendente: “Aunque hayamos perdido algo en la traducción”, concluye el autor de La extraña muerte de Europa: inmigración, identidad, Islam (2017), “hemos ganado (y por eso merece la pena) la posibilidad de viajar por todo el mundo sentados en nuestro sillón”. En las mejores interpretaciones, compiten palabra y concepto. Tienden, con leves variaciones de ubicación, a una situación privilegiada, animada por el atractivo de su apariencia. En sintonía con lo múltiple, modifican lo que captura, imponiendo una simetría formal y, por lo tanto, transformadora, en el ingobernable drama de lo diverso.
Sevilla 2019