Reseña de Kafka: Cuadernos en octavo

Qué reconfortante el bien el propiciado siempre por un autor que elabora en cada ocasión su decir con palabras elegidas y reflexión suficiente. Así es como la realidad se enriquece de matices, tanto la propia, la aludida, como la que acabará en enseñanza por la calidad del ‘observador’

Kafka tiene esa condición, y es por ello que el gozo de leer se sustenta sobre base firme, sin equívocos ni trampas nerviosas de un decir apresurado, repentino, solo adobado de una curiosidad infantilizada y un tanto frívola. Una escritura como la que, en general podría decirse, propician los nuevos medios de escritura, esto es, la común de los nerviosos hijos de internet.

Abrir este libro es acceder al mejor mundo real, creo. Leemos, por ejemplo, en el cuaderno G: “A nosotros nos expulsaron del Paraíso, pero el Paraíso no fue destruido. La expulsión del Paraíso fue una suerte, en un sentido, porque si no nos hubieran expulsado, el Paraíso habría tenido que ser destruido” O bien: “El desolador horizonte del mal: en el mero conocimiento del bien y del mal cree ver la igualdad con Dios. La maldición no parece empeorar en nada su naturaleza: con el vientre medirá la longitud del camino”. Se nos instruye, se nos advierte o conmina o sugiere conocimiento en frases-pensamientos extraídos de lo hondo de una sabiduría, de la reflexión que ejerce de tal en cuanto que piensa sobre la base de un análisis minucioso de las cosas.

El libro, tan estimulante y oportuno, es un compendio de fragmentos, alusiones, opiniones derivadas de la preocupación permanente que, conociendo o queriendo conocer el valor de las palabras por sí como método de didáctica y compañía, el escritor avezado establece un nivel de compañía con el lector muy respetuoso, acorde en lo dramático de la realidad y susceptible siempre de dejar un mensaje provechoso.

Lo componen ocho cuadernos ordenados de la A a la H donde tenemos acceso a retazos literarios de todo jaez en cuanto a la observación inteligente de lo otro. A estos cuadernos se une otro apartado específico definido como Aforismos, donde, un poco en la línea de estos textos fragmentarios, aquí aparece más definida la observación rigurosa, la ironía, ese definidor desencanto que el autor esgrimió con tanta brillantez y que se sustancia en ejemplos tan brillantes como inteligentes: “Hay una meta, pero no un camino. Lo que llamamos camino es vacilación” “Una vez que se ha dado entrada al mal, éste no pide que creamos en él” Textos irónicos del estilo de: “Una jaula fue en busca de un pájaro” o bien esos otros tan concitadores de conciencia: “Leopardos irrumpen en el templo y se beben los vasos sagrados; eso se repite una y otra vez, acaba contándose con ello y se convierte en una parte de la ceremonia”

Sabiduría con palabras, sabiduría a través de las palabras. Y, siempre, una compañía que es un generoso desafío de lo más constructivo para la inteligencia y la consciencia del lector

Ricardo Martínez

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