Sólida novela policiaca, ambientada en los años inmediatos de la posguerra española, en la que el protagonista principal, Carlos Lombardi, surge como un prototipo más del género: detective/policía/investigador duro, fuerte, que recibe palos de unos y otros, aunque también tiene algunos momentos de placer, es leal con sus amigos y lleva mal el conflicto político-ideológico en que vive sumergido. Lombardi es un destacado policía criminalista republicano, en prisión por su pertenencia al bando perdedor; prisión de la cual es excarcelado gracias a la intervención de un antiguo colega, -ahora instalado en la policía nacional- requiriéndosele para ocuparse de un caso que parece pertenecer al mismo asesino que en los años anteriores cometió crímenes similares y cuyo sello está impreso en una reciente muerte con violencia y crueldad.
La trama es muy compleja, porque la investigación remite al inmediato pasado, ya que Lombardi está convencido de que el criminal que busca es el mismo que buscó en los años previos a la guerra, y también porque intervienen varios elementos que enturbian la investigación, hasta que finalmente el protagonista consigue ver claro y dirigirse hacia un objetivo seguro. Los distintos elementos de los que comento son, por un lado, la trama religiosa: los asesinados son sacerdotes o seminaristas, y por las formas del asesinato, se intuye un cierto matiz de perversión sexual. Por otro lado, intervienen agentes alemanes, que buscan algo que está relacionado con uno de los asesinados. También aparece un agente británico camuflado. Y continuamente, la policía española franquista.
Lombardi, al principio, duda si colaborar o no con ellos, pero ante todo es policía y es criminalista: y se trata de cazar un asesino que va a seguir matando. Acepta el reto, pero se va a ver constantemente presionado por ser “rojo”. Incluso su vida llega a correr peligro en más de una ocasión.
Además del protagonismo de Lombardi, llama la atención el papel tan importante que juega la propia ciudad y sus habitantes sin nombre: un Madrid hecho polvo tras la guerra. Las vidas truncadas de muchas personas, las ruinas por doquier, el hambre, y los contrastes sociales amplificados por los desastres de la reciente contienda. Los continuos recorridos de Lombardi por los barrios madrileños descubren las miserias de la posguerra, pero a la vez, el protagonista, tras varios años de hambre en la prisión, disfruta de pequeñas delicias como los chatos de vino en las tascas, los bocadillos de calamares, los deliciosos cocidos y guisos de callos, sin olvidar las yemas de santa Teresa, en una visita a la amurallada Ávila.
Tanto Lombardi como otros personajes: la agente Quirós, el ex guardia de asalto Torralba, el joven periodista Mora, la amable vecina, el sereno…todos presentan un lado muy humano, al margen de sus posiciones ideológicas. Incluso Lombardi tiene que transigir en algunos aspectos y comprender que ya no vive el mismo tiempo que ayer. Aunque trabajando en solitario al principio, poco a poco va formando un equipo de ayudantes que en algunos momentos van a serle muy útiles.
La investigación, como suele suceder en este género de novelas, destapa tramas unas peligrosas y otras despreciables, en este caso centradas en viciosos y pervertidos personajes ligados a cierta religiosidad que, desgraciadamente, han existido y existen en la vida real, porque el ser humano encierra una simiente doble: el bien y el mal anidan en su corazón.
La novela finaliza con una puerta abierta a una posible continuación del protagonista en nuevas aventuras. De un modo u otro, Galván consigue atrapar al lector con su novela, que, a pesar de sus casi 500 páginas se lee de seguido y no deja respiro hasta haberla acabado.
Fuensanta Niñirola