No hace falta insistir en la componente formativa ni en el carácter de instrumento para la socialización del niño que tiene el cuento infantil. Con él se transmiten valores y se alientan comportamientos, pero también se proporcionan recursos para minimizar el impacto que supondrá, en un futuro, el incierto paso a la adolescencia. Equipado con ellos, el niño podrá ir asumiendo el doloroso y anhelado desarraigo que esa transformación supondrá.
‘La sirenita’ de Andersen es uno de los cuentos que más claramente se centra en ese conflictivo momento de cambio, y es el que la académica Carme Riera ha elegido para, mediante una sutil reelaboración, cuestionar la inevitabilidad de una serie de aspiraciones y comportamientos femeninos ya obsoletos. Es precisamente el contraste entre ambas versiones el que dota de significado la propuesta de Riera, dejando en evidencia la marca moral que el tiempo en que se compuso originalmente dejó en el relato tradicional.
Para resaltar mejor los puntos de divergencia entre ambos textos, el de ‘La voz de la sirena’ se mantiene básicamente fiel al original, de forma que el ascenso a la superficie de las sirenas no puede realizarse sino hasta los quince años, el acceso al territorio de la maga es igual de peligroso, o el sufrimiento y las consecuencias de la decisión tomada igual de trágicas; aunque Riera no se resiste a incluir ciertas actualizaciones. Así, sabremos que la madre de las sirenas abandonó el hogar cansada de las infidelidades de su marido, y que la abuela se preocupó de la formación académica de todas velando por su futura independencia. Por eso, una de las hermanas fabrica tapices, otra es ingeniera como el padre, otra historiadora, y la pequeña, la narradora Cliodna, compagina sus estudios con la pesada práctica del salto marítimo acrobático.
El texto resultante tiene así un tono desenfadado, sostenido por el explícito objetivo de Cliodna de subsanar los errores y corregir las alteraciones que Andersen introdujo en su historia. Ese tono alternativo es el que encontramos en las luminosas descripciones de Riera del mundo de la superficie, en clara oposición a las tenebrosas imágenes del nocturno mar embravecido a la luz de los relámpagos con que el danés nos inquieta.
Pero la diferencia fundamental entre las dos protagonistas y la que le interesa resaltar a la autora catalana, es el impulso transgresor que mueve a Cliodna, que no es ya el deseo de un alma inmortal concedida a través del sufrimiento por el poderoso representante del mundo al que se incorpora, sino “el ansia perturbadora por lo desconocido, la atracción por la inasequible lejanía y el potente reclamo del amor”. A la sirena-mujer de Riera ya no le interesa ese paraíso al que solo se puede acceder consiguiendo el amor de un hombre y asumiendo un eterno silencio, ese tipo de inmortalidad no está en su naturaleza. De hecho Cliodna no para de hablar, convirtiendo su capacidad de narrar en emblema de su libertad.
En definitiva, un refrescante texto para todos los públicos que la edición de Lumen acompaña de la versión de Andersen y de las sugerentes ilustraciones de Helena Pérez García.