Estamos en 1944 en la Penitenciaría japonesa de Fukuoka. En este siniestro lugar del que pocos salen con vida, el guardia Sugiyama, famoso por su crueldad bestial, ha sido asesinado. El joven soldado Watanabe es el responsable de la investigación; pero al poco de comenzar un comunista coreano confiesa el crimen. Sin embargo, Watanabe no cree su historia y decide continuar su propia investigación a pesar de las órdenes. En la reconstrucción de los últimos meses del guardia muerto descubre la extraña relación que se ha desarrollado entre la bestia Sugiyama y Yun Dong-ju, un poeta coreano joven condenado por sedición. Mientras la guerra continua y las bombas llueven sobre el Fukuoka, Watanabe hará todo lo posible para proteger a Yun Dong-ju, cuyos versos son tan puros que rompen los corazones más duros. Pero Watanabe no sabe que se enfrenta a una conspiración que va mucho más allá de los muros de la cárcel.
El guardia, el poeta y el preso presenta una versión novelada de la prisión de Yun Dong-ju. El texto está lleno de poesías que van encajando a la perfección dentro del marco de circunstancias que el autor expone. Esos poemas le dan a una obra que sobre el papel sería tenebrosa un toque de magia y lirismo en el sórdido mundo de la brutalidad penitenciaria nada menos que durante la II Guerra Mundial. Lee Jung-Myung utiliza su oficio literario para que sus personajes expongan a los lectores las preguntas más difíciles de contestar. ¿Qué es lo correcto? ¿Se debe arriesgar la vida por otros simplemente por sus poemas? ¿Qué es patriotismo y qué es traición dentro de la poesía?
El autor empuja al lector ante la mayor paradoja ¿Cómo puedes ser bella la vida en medio de las circunstancias más terribles? Y la resuelve: Con literatura, con poesía.
Una lectura sorprendente, lírica, cautivadora imposible de soltar, un poema gigante con las mimbres de una novela negra. Todo es poesía, tanto los poemas como la prosa de Jung-Myung derrama lirismo.
Una novela casi imposible de hacer pero que supera cualquier expectativa.
Reseñado por Marc Canela