Tal vez no sea exagerado decir que todo lo que se hace en esta vida se hace por amor. Bien a sabiendas de que ese amor incluye, ay!, muchas veces el amor a uno mismo, y otras el amor a un deseo, aunque éste sea un mal para otro.
Lo cierto, y lo apropiado aquí, es sin embargo plantearse que Amor es la gran palabra desde siempre, por cuanto es el alimento que anima la actuación del hombre. Y la animará.
Digamos, también, que el amor a que aquí se alude tiene un destinatario y se formula como el deseo de un bien. Que no deja de ser, en parte, un bien propio por cuanto algo se espera; más se formula como un bien al fin, cuyo destinatario es otro, siendo éste nuestro complementario en el sentido más constructivo de la palabra.
Importa, pues, una vez más –y con mayor distinción en cuestiones de amor- no tanto lo que se dice, sino cómo se dice. Y aquí el gozo del lector está garantizado por cuanto en esta antología se recogen ejemplos de los poetas más sensibles y elegantes de que se tenga conocimiento: Auden, Vinicios de Moraes, Szymborska, Vinyoli, Herbert…
Leamos si no, esta expresión de duración: “Te diré: amiga, olvida y adormece…/ Qué gran amor este de criatura/ Que mira envejecer y no envejece” O bien este canto tan delicado: “Oh, que nadie diga te quiero hasta que sepa/ qué cantidad de recursos se necesitan para cuidar/ una mota dañada, un diminuto pelo/ que proyecta una sombra en el universo”
Cierto es, también, que no es, a su vez, tanto lo que uno dice sino cómo lo percibe el otro, el destinatario del amor. Pero cualquiera diría que un corazón sensible abierto estará necesariamente a palabras tan elegidas.
Amor como vínculo, amor como entendimiento y armonía, amor como construcción más allá de lo perecedero de la vida, que a cada cual nos atañe. Amor, al fin, como mensaje siempre renovado para que la sonrisa se concilie con la luz. O, dicho de un modo más vivo y desprendido: “Y yo te veo porque yo te quiero/ Es el amor que no tiene sentido”
Aquí, en la lectura de este libro, el sentirse aludido será la añadidura, el privilegio de un hermoso deseo transmitido en palabras.