Un coronel del ejército napoleónico, Chabert, que tras haber seguido a Napoleon en Egipto y diversas campañas, dirige un ataque victorioso –aunque pírrico- en Eylau, donde las tropas imperiales rusas se enfrentaron a las francesas, es dado por muerto por el propio Napoleón. Su esposa, con la que compartía su patrimonio y ante la carencia de hijos, se ve en posesión de todos sus bienes, y en breve se vuelve a casar con el joven conde de Ferraud, con el que tiene dos hijos. Y ambas fortunas crecen, así como sus ambiciones. Mientras tanto, la política francesa ha ido evolucionando: Napoleón fue a Elba, volvió, y finalmente, tras Waterloo, permanecía desterrado en Santa Elena. Los seguidores de Napoleón son mirados con malos ojos, ahora triunfa la Restauración y sus nuevos valores, y la sociedad se reorganiza de nuevo, olvidados los terribles días revolucionarios. Pero el pobre coronel no había muerto: malherido, fue recogido por unos campesinos y pasó meses entre la vida y la muerte, sobreviviendo finalmente en condiciones penosísimas, pasó años de hospital en hospital, lejos de su país y sin contacto con su esposa, a la que envió varias misivas sin obtener respuesta. Tras mucho tiempo –diez años- consigue volver a París, a un París completamente diferente del que quedó ago cuando marchó siguiendo a Napoleón. Tampoco él es el mismo: envejecido, enfermo, mendicante, irreconocible….y en busca de un abogado que le ayude a recobrar lo que le pertenece.
Parece obvio: él no ha muerto, luego en teoría su patrimonio y su esposa le corresponden. Pero ni su patrimonio es suyo ahora, y su esposa ya tiene dos hijos con su nuevo marido, además, sabe de su existencia, le detesta y resulta un incordio. Y lo peor es que no hay pruebas inmediatas y evidentes de que él sea Chabert. Todo esto, sus discusiones y razonamientos con el abogado Derville, que busca una manera para abordar a la condesa, y la paulatina mentalización de su desastrosa situación por parte de Chabert, nos va poniendo en evidencia la doble moral, la hipocresía, el juego verdad/mentira, justicia /injusticia en una sociedad donde todos acaban de cambiar de chaqueta y de bando y lo que huela a pasado, huele mal.
La desesperación de Chabert, los engaños de su ex esposa, que se vale de su encanto y de los rescoldos de amor que aún duermen en el corazón del viejo coronel, las intrigas del abogado para conseguir ganar el caso, las del secretario de la condesa, que espera un ascenso, las ambiciones del conde Ferraud de ascender en la escala social,….con todos estos ingredientes el gran Balzac nos construye un edificio humano, en el que lo más difícil de encontrar es justicia y amor. Quizás la posición más honrada, simbólica de los tiempos, sea la adoptada por Chabert, fiel a sí mismo y a sus principios de honor, prefiere ser herido a herir, ser humillado a humillar, recibir golpes a golpear. Mientras tanto, el mundo sigue. El discurso final del abogado Derville resume un panorama tan desalentador que le justifica para escapar de la sociedad mundana y refugiarse en la paz campestre.
La edición de Funambulista, en un cómodo formato realmente de bolsillo, cuidado y con una excelente traducción de Max Lacruz, que ha tenido en cuenta la primera traducción a cargo de Joaquín García Bravo en 1903, mejorándola y aprovechando sus aciertos.
Ariodante
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