Cuando leemos algún adelanto de esta novela debemos mantenernos cautos. Podemos pensar que se trata de un thriller; una novela negra más de esas muchas que hoy habitan las estanterías de distintas librerías y grandes superficies. En realidad si que hay una muerte violenta, y un protagonista suspicaz que intentará aclarar el súbito óbito de su amigo y mentor. Pero Fernando Arias no se queda en la frivolidad del noir que está tan de moda. Nos narra, a través de una prosa preciosista, el día a día de Dionisio Muñoz, antiguo empleado de editorial, que frustrado pasó a la distribución literaria, labor menos estresante y estable. Hombre de familia casi feliz y cordial, de férreas costumbres, que madruga robando minutos al sueño para poder ponerse al día de las lecturas que distribuye. Cierto día, de camino a la librería de su viejo conocido Paco, descubre horrorizado como arde el local que despertó su vocación siendo niño, con el temor confirmado de que su propietario pereciera calcinado en su interior. En una breve conversación con un camarero descubre que tras alguna pintada acusando al librero de comunista y una amenaza velada de un posible islamista por exhibir un dibujo del Corán en su escaparate, le hace sospechar que el flagrante incendio no sea accidental. Estos hechos harán que nuestro protagonista se reencuentre con Ariadna, sobrina y amor platónico de Dionisio desde que se conocieron hace años, a las puertas de la pubertad.
Con todo este telón de fondo, Fernando Arias va tejiendo una red compuesta por sentimientos y recuerdos. Acompañamos a esta suerte de antihéroe resignado a una vida gris, con la sensación de que dejó escapar más de una oportunidad en el pasado. Convertido hoy en anodino empleado y padre de familia, pero no desgraciado, ya que a pesar de los años de monotonía sigue amando a su mujer, y quiere a sus hijos, que como todos parece que solo dan preocupaciones, con un chico con incipientes problemas psicomotrices y una hija al borde de la anorexia.
Con un sutil sentido del humor, vamos siguiendo esta exquisita narración que nos atrapa a la vez que acompañamos al protagonista en sus trayectos urbanos y mentales, y sus pesquisas para averiguar qué le ocurrió en realidad al entrañable Paco. En cuyos recorridos se nos va desgranando los vericuetos de la distribución literaria, donde podemos intuir el amor que procesa este escritor a los libros. Porque realmente, lo que encontramos en esta novela es un homenaje a la literatura en general. En como, a pesar de estar ambientada en el año 2003, vivimos tiempos convulsos para el libro físico, por que las nuevas tecnologías cada vez coartan más la supervivencia del formato físico. De la reinvención del medio, y como hay que ir abriendo nuevos caminos para que la venta siga haciendo posible que este formato no se extinga.
Todo esto nos llega tan bien, aparte de que es un placer leer a Fernando Arias, porque está repleta de personajes entrañables y bien construidos. Empezando por nuestro protagonista, Dionisio, un pobre diablo que se pasa la novela evitando caer en la tentación de llevarse un cigarrillo a los labios mediante chicles insípidos. Que en ningún momento se compadece de sí mismo, considerándose un hombre medio feliz con sus necesidades cubiertas; y una Ariadna con un físico parecido al de Audrey Hepburn. Una pintora bohemia de fuerte carácter, y en apariencia lejos de lo que fue, quien descubre que inevitablemente nadie puede escapar de su pasado.
Novela que con sus apenas doscientas páginas, y breves capítulos, leeremos muy rápido, pero cuyo recuerdo y sabor a nostalgia nos acompañará mucho tiempo.