La pareja protagonista de la última novela de Jon Bilbao, Katharina y Jon, ya había aparecido en algunos de sus relatos, e incluso es la responsable de una de las dos líneas argumentales de su anterior novela ‘Basilisco’. La otra la componían unos inspirados textos de western fronterizo que traslucían el gusto del autor por contar historias y por recrear aquellos territorios. En ellos es donde habitan héroes solitarios como el de ‘A lo lejos’, la novela de Hernán Díaz traducida por el propio Bilbao, o donde se aventuran los buscadores de fósiles de ‘Dientes de dragón’, la primera novela de Michael Crichton, que encuentran en los personajes de ‘Basilisco’ una muy personal prolongación.
Ese estupendo libro, conjunto de relatos engarzados o novela fragmentada, se cerraba con un texto en el que el protagonista masculino, aún innombrado, regresaba a su casa familiar en Ribadesella, la del propio autor en realidad, y es en ella donde se va a desarrollar ‘Los extraños’ una novela corta que casi podría considerarse un eslabón desprendido de su predecesora.
Es pues Bilbao uno de esos escritores que gustan de dotar a su obra de un hilo conductor y de temas recurrentes, como si toda ella fuera un texto único publicado por entregas. Uno de esos temas es el de los conflictos familiares, los que se derivan de unas cargas y obligaciones sobrevenidas y no siempre asumidas. Así quedó patente desde su primera novela ‘El hermano de las moscas’, en la que la abrupta aparición de ese pariente y su problema metamórfico pone patas arriba el hogar de los protagonistas.
Ahora es un primo de Jon, al que este no recuerda haber visto nunca, el que se presenta ante su puerta acompañado de una misteriosa ayudante. Su llegada se produce justo después de la de tres objetos que, con sus luces de colores y formas geométricas, sobrevuelan el pueblo para marcharse tras su exhibición sonora y visual.
Mientras los ufólogos entusiastas y devotos van tomando posiciones en la ría a la espera de una nueva venida, los visitantes lo van haciendo en la casa, llevando a cabo una invasión paulatina que va desplazando a sus propietarios. Estos se convierten en morbosos espías de sus invitados, una actividad que les resulta tan estimulante como anodina la rutina que compartían previamente. El frágil embarazo de Katharina o su miedo a los perros de sus huéspedes son elementos que van a contribuir a elevar la tensión de la narración.
En el lector, por otra parte, va ganando terreno una creciente inquietud ante los descubrimientos que realizan y ante su pasividad frente a los mismos. Y es que Bilbao es especialista en generar desasosiego e incomodidad con sus textos. En más de una ocasión ha comentado su predilección por introducir gradualmente esas sensaciones partiendo de situaciones cotidianas, para facilitar la identificación del lector con los protagonistas. Prefiere también situar la fuente de inquietud no en los objetos, cuya eliminación acabaría con aquella, sino en la mirada del personaje, para el que, así, cualquier cosa puede resultar perturbadora.
Si a todo eso añadimos la inclinación del autor asturiano a dejar zonas oscuras, a no explicarlo todo, estaremos ante un experto en manejar los recursos de un género que, en última instancia, le va a permitir situar a sus personajes ante situaciones que, a ellos, los definen y, a nosotros, nos interpelan.
Rafael Martín