Paul Auster le consagra las 1.033 páginas de La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral) a este escritor que se méritos propios se merece la reivindicación que el siglo anterior le negó.
Nacido el Día de los Difuntos y muerto cinco meses antes de su vigésimo noveno cumpleaños, Stephen Crane vivió cinco meses y cinco días en el siglo xx, deshecho por la tuberculosis antes de haber tenido ocasión de conducir un automóvil o contemplar un aeroplano, ver una película proyectada en pantalla grande o escuchar la radio, un personaje del mundo del caballo y la calesa que se perdió el futuro que aguardaba a sus pares, no solo la creación de aquellas máquinas e inventos milagrosos, sino los horrores de la época también, incluida la aniquilación de decenas de millones de vidas en las dos guerras mundiales.
Stephen Crane es alguien a quien deberían conocer. Aventurero, seductor, idealista, amigo de escritores como Joseph Conrad, H.G.Wells o Henry James, náufrago, corresponsal de guerra, casado con la dueña de un burdel, pasó hambre y también vivió el éxito, murió joven, se peleó con el futuro presidente de EE.UU. –Roosevelt–, fue desterrado de Nueva York… en fin, fue uno de los mayores escritores que han existido.
Auster quiere rescatar del olvido a este escritor y periodista que en apenas ocho años de carrera escribió la obra maestra La roja insignia del valor por la que con 25 años se convirtió en una celebridad, dos novelas cortas, tres docenas de relatos, dos recopilaciones de poemas y más de doscientos artículos periodísticos. El autor ha querido contar la vida de Crane con precisión y presentar su trabajo, pero no como haría un crítico literario, ya que le gusta la crítica académica sino como lo haría un enamorado de la literatura y de la obra de un escritor.
La reivindicación de Auster coloca a Crane entre los padres fundadores de la gran literatura norteamericana junto a Melville o Hawthorne, aunque la crítica oficial lo haya situado muchas veces en un escalón por debajo, sin apreciar su modernidad.
Con su agradable y aclamada forma de narrar, Auster consigue encandilar al lector y subir a los altares para siempre a la figura de Crane, con una biografía con el formato de una narración perfecta.