La nueva edición de ‘El retorno de un rey’, la premiada obra de William Dalrymple sobre la Primera Guerra Anglo-Afgana, ha venido a acompañar el lanzamiento de su nuevo libro, ‘La anarquía’, el magnífico relato de cómo una empresa privada, la Compañía de las Indias Orientales, dotada de un ejército profesional, pudo dominar todo un subcontinente.
Pero los acontecimientos recientes han otorgado al primero de los textos un plus de relevancia, recordándonos que errores similares conducen a similares fracasos, los de las sucesivas tropas de ocupación británicas, rusas y estadounidenses, apoyadas por sus aliados, en Afganistán: tras numerosas pérdidas humanas, sus respectivas salidas del país fueron seguidas de sendos gobiernos fundamentalistas. En el primer caso, los responsables de la Compañía en la India decidieron, a finales de la década de 1830, colocar un gobierno títere en el país vecino para salvaguardar sus intereses en la zona. De los antecedentes, el desarrollo y las consecuencias de la invasión es de lo que se ocupa el autor escocés.
‘El retorno de un rey’ es una verdadera superproducción, en el sentido más cinematográfico del término: las intrigas palaciegas, las continuas escaramuzas, los asedios a fortalezas defendidas por guarniciones desesperadas, las terribles privaciones durante la invasión y la trágica marcha final, pasan ante nosotros como imágenes a todo color de un film épico.
Los protagonistas de la historia cobran vida en medio de exóticos paisajes: desde el arrogante sha, obsesionado con el lujo y la ceremonia, al que los británicos colocan en el trono, al enfermo e inoperante Comandante en Jefe de Kabul, pasando por las frívolas hermanas del Gobernador General, por una pareja de espías antagonistas, o por el ambicioso responsable político de la invasión.
Esos y otros muchos personajes parecen sacados de una trepidante novela de aventuras. Pero tanto ellos como los hechos que protagonizan se sustentan en una contrastada, y en algunos casos inédita, documentación. La componen testimonios de testigos presenciales recogidos en cartas, informes oficiales o memorias, pero también fuentes afganas nunca antes traducidas, todo tan perfectamente integrado en la narración que esta fluye haciendo compatibles ritmo y rigor como pocas veces se ve en un texto de historia.
Dalrymple se muestra especialmente perspicaz al detectar las causas profundas de la revuelta contra el gobierno anglo-afgano: tras la apelación de los rebeldes a los preceptos islámicos de la yihad se ocultaban razones menos espirituales, como la nueva condición de tributarios para unas tribus tradicionalmente exentas, la limitación de las ganancias de los ulemas, o la pérdida de ingresos de los jeques al instaurarse un nuevo ejército profesional. La verdadera ofensa de los infieles extranjeros no era tanto a sus creencias como a sus bolsillos.
Será al final del texto, publicado originalmente en 2012, cuando Dalrymple analice las semejanzas “entre la primera y desastrosa intromisión de Occidente en Afganistán y las aventuras neocoloniales de nuestros días”, para acabar advirtiendo: “Aún no es demasiado tarde para extraer algunas conclusiones de los errores cometidos por los británicos en 1842. De lo contrario, la cuarta guerra de Occidente en el país obtendrá tan pocos beneficios políticos como las tres anteriores y, como todas ellas, terminará con una derrota humillante, seguida de una embarazosa retirada y con Afganistán sumido en el caos tribal y, quizá, en manos del mismo gobierno que el conflicto pretendía derrocar en un inicio”. Sin comentarios.
Para finalizar les propondría complementar el texto histórico con una aproximación menos dramática a los sucesos aquí recreados. Se trata del primer volumen de la divertida serie protagonizada por el antihéroe Harry Flashman, el nada ejemplar oficial británico creado por George MacDonald Fraser.
Rafael Martín