Siruela, Madrid, 2020.
Lo que, entiendo, podría señalarse como característica expresiva en los dos grandes nombres –los más comunes al lector- de la literatura de intriga, esto es, en un caso Agatha Christie, que prima la casualidad dentro de un argumento minucioso y muy descriptivo, y en el otro George Simenon, que prima desde un principio la causalidad en la trama que le sirve de apoyo y contenido a sus novelas, al llegar a esta autora, P.D.James, parece como si sus argumentos participasen de ambos juegos de disección de la realidad dramática, si bien en ella para conjugarse, para aliarse en un nivel de proporción que no me atrevería a delimitar con rigor. Están ahí, presentes (como es lógico, por otro lado, considerando la condición dramática en cómo se expresa la realidad), pero aquí sin motivo deliberado o estratégico de exposición, sino, sencillamente, como avatar, como circunstancia derivada del sentido de la propia realidad.
Como funcionaria que ha sido esta autora del equivalente al ministerio de Interior británico, a veces parece como si su narración tuviese algo de informe oficial, lo que hace un poco plana la narración y, casi previsible, en la descripción. Ello le sirve, sin embargo, para ir encubriendo esos aspectos de la trama criminal que diferencian la causalidad de la casualidad.
El caso es que, para el lector, el interés se va granando de una manera silenciosa, casi ingenua o tópica (véase el último relato del libro, por ejemplo), esa manera disimulada, silenciosa para, al final, la autora delimitar el argumento en un climax que define el género a la vez que sorprende, de un modo natural, sin forzar, al lector. Se corresponde, para ella, al status de toda narración de este tipo, y entonces es cuando ésta gana en intensidad, una cuestión de detalle que, al fin, es quien define tanto el aspecto descriptivo de la trama como el valor o calidad de la intriga.
Al fin, entonces, esa trama elaborada con un cierto ritmo administrativo con protagonistas de una cierta monotonía cotidiana se resuelve en la emoción principal, el porqué del comportamiento delictivo, y cómo los elementos más inesperados pueden convertirse en núcleo principal del resultado judicial.
Interesante siempre, la literatura de P.D.James tiene esa cualidad afable, casi burguesa (con muchos visos de alusión a la dominante clase media, nivel social a la que la misma autora perteneció, con todo el contenido dramático que eso conforma, tantas veces, en el vivir cotidiano. En estos relatos, así, el lector puede o no sentirse afectado-aludido por el resultado final de la trama, pero siempre saldrá enriquecido porque tendrá motivo para afinar su condición de lector de un género no siempre comprendido u objetivamente juzgado, pero vivo y alusivo por cuanto su destino es despertar el interés de ese interior del hombre que supone su condición ontológica: Bien y mal: amor y desamor, codicia y honradez, humildad y pecado.
¿Qué interesa más para reparar en los supuestos objetos criminales que se habían depositado en el hueco del árbol: el frasco que supuestamente contenía el veneno, la bolsa de plástico arrugada, “la cama de hojas marchitas, bellotas secas, ramitas y trozos desprendidos de corteza”. Ahí está el enigma: ¿cuál ha sido el objeto delator, pero, sobre todo –y eso es lo más humano- cuál ha sido el móvil?
La resolución, explicitada, es sencilla, comprensible, directa, y el lector, ahora sí, tiene la percepción de pertenecer a esa condición humana, a esa parte cotidiana de la realidad donde, a saber, también pudiera ser un día el protagonista de una trama similar como actor.