Esta es una novela con el formato de thriller psicológico, que sin embargo lleva insertas algunas pinceladas mágicas, que introducen una nota onírica, suprasensorial y un punto de imaginación y fantasía, lo que constituye, como decía Hitchcock, el MacGuffin, la excusa para contar una historia. Una historia que en algunos momentos traspasa la racionalidad de la vigilia para adentrarse en los mundos oníricos del sueño, la alucinación y roza la locura. De ahí que visite al psiquiatra y la historia que le cuenta a él es el argumento principal de la novela.
La narración tiene varios niveles, principalmente dos: lo que el protagonista, el escritor Elio Vázquez (nombre que, curiosamente, tiene la misma sonoridad que el del autor, las mismas vocales: Sergio Barce) va contando en diversas sesiones a su psiquiatra, Moses Semtov, y las conversaciones que mantiene con este, para tratar de evaluar lo que realmente preocupa a Elio. Entre los relatos que el protagonista cuenta a su psiquiatra, van incluidos, en distintos niveles, los relatos que otros cuentan al propio Elio: lo que le revela su padre (Damián Urrua) en los momentos de lucidez; las conversaciones con la madre (Ágata Vázquez) en sus fantasmales apariciones; lo que el extraño personaje Arturo Kozer desvelará en momentos más dramáticos. Hay otros personajes más, que no son lo que parecen, y que a lo largo de la
novela irán mostrando paulatinamente su verdadera faz. Y hay un personaje ausente que es el verdadero leit-motiv de toda la historia.
Elio Vázquez vive una vida traumática desde que se separó de su mujer, Lola, sin conseguir entenderse con las otras mujeres con las que va tratando de emparejarse. Se ha dado a una adicción muy curiosa: colecciona marcas de cigarrillos, que luego fuma compulsivamente. También se ha habituado a beber como un cosaco, a llevar una vida muy desordenada y a telefonear cada dos por tres a su hijo Marco, que no le responde nunca, salvo con la automática voz del contestador telefónico. Todo ello proporciona un contrapunto hilarante, humorístico, en una historia que por lo demás va a ser dramática.
Elio acaba de publicar un libro de intriga, El libro de las palabras robadas, y al presentarlo alguien le acusa de plagio. No tanto de plagiar otra novela, sino de contar la vida de otro. Y a partir de ahí recibe amenazas, que acaban por preocuparle. Comienza a tener alucinaciones: su madre, fallecida hace años, se presenta en forma de aparición, (casi siempre Elio se encuentra en un profundo estado de ebriedad cuando la visualiza, siempre en el espejo…) y le habla de cosas de su pasado y de su futuro, incluso le produce una cierta turbación edípica.
La enfermedad y la subsiguiente muerte de su padre da ocasión a que este le desvele una serie de historias de su niñez, además, aparecen unas cartas paternas que corroboran y amplían la información que le da antes de morir. Todas esas historias que habían vivido ocultas en su subconsciente y de las cuales solo recordaba retazos incomprensibles, ligados a viajes, y a algunas personas que conoció en Tánger, sobre todo una mujer, Dalila, y una trama en torno a un libro misterioso.
Todo se complica con el elemento detonador (¡Y aquí tenemos el MacGuffin!) del libro: un códice que supuestamente va pasando de mano en mano a través de los siglos. Se trata de un libro mágico cuyas páginas, aparentemente en blanco, sin embargo ocultan múltiples textos, textos perdidos, quemados, prohibidos, ocultos, desaparecidos, siglos ago. Y solo aquellos que de algún modo están cerca del mundo de la literatura o el arte pueden acceder a ellos. Todo un simbolismo. Este objeto mágico funciona como detonante de toda la historia. Primero aparece -como ficción- en la novela que el protagonista acaba de publicar; pero luego resulta que el códice parece ser real: al menos, hay unos cuantos muy interesados en conseguirlo y la búsqueda resulta peligrosa. Elio se siente perseguido y amenazado, e inicia una investigación para saber qué hay detrás de todo aquello que le parece una tomadura de pelo. A partir de aquí el autor hace identificar al lector con el elemento de realidad que supone el sentido común: es decir, Elio. (“Esto no puede suceder. Ese libro no existe, es ficción…”) Sin embargo, bombardea al lector con otra serie de situaciones para que llegue a dudar y participe de la ansiedad y confusión de Elio, para que se crea la historia y la siga con interés.
Lo cierto es que funciona. La narración se lee cada vez con interés creciente, si bien hay algunos momentos en los que se crea una cierta confusión entre los distintos planos narrativos, así como con la cantidad de personajes que están implicados en la historia, que además, no son lo que parecen… Quizás el personaje más inverosímil (aunque muy simbólico) sea el editor Gilabert, un ciego, que se apoya en la ayuda continua y permanente de su esposa, la atractiva y joven Francesca. Esta relación queda un tanto inconsistente, aunque a la hora de seguir la narración no sea tan importante. En cambio, el ex policía-novelista Quintá está muy bien conseguido, es muy realista y hasta tiene un punto humorístico… de humor negro, claro.
En la medida en que la narración cuenta cosas que ya pertenecen al pasado, sabemos que de algún modo se ha debido resolver el tema inquietante del libro; pero en la medida en que se las cuenta a un psiquiatra nos da pie a pensar que hay algo que no se ha resuelto, lo cual es verdad. Hay algo que ha de desvelarse y que ocurre al final, poniendo un broche con el que cierra la narración.
En suma, lectura entretenida, que profundiza en las relaciones humanas (sobre todo las paterno-filiales), rezumando un hálito freudiano, juega con elementos mágicos y simbólicos, da pistas literarias… y atrapa la atención en seguida con un ritmo in crescendo, con lo que se lee de un tirón. La edición (y la portada) podría ser mejorable, si bien en general el libro se maneja bien y no hay apenas erratas.