La narración de El mar interior está repleta de sueños desconcertantes, delirios imágenes resbaladizas, razonamiento diagonales y unas trazas de psicoanálisis. Es decir, se trata de una historia íntima, con elementos narrativos que conectan con cada uno de los lectores a la vez que son símbolos de algo mucho más grande. En su anterior obra Leviatán o la ballena, Hoare demostraba su interés en la naturaleza salvaje, pero no desde un punto vista biológico, más bien se delitaba en saber cómo se ha interiorizado y representado por otras personas ese mundo natural; de qué formas lo experimentan otros mental y físicamente. Las ilustraciones y las fotografías también dan la impresión de que Mar adentro es una miscelánea o un diario pero más psicológico que físico. Por eso El mar interior es una obra con un compromiso social y cultural. El mar como tótem es un gigantesco generador de emociones, sensaciones y experiencias humanas que merecen destacarse y conservarse. Hoare juega con nuestra capacidad de asociar conocimientos, de crear patrones que nos llevan de una idea a otra, a veces matemáticamente exactos pero en otras, casi oníricas, nos coloca de repente en un mundo sorprendente. La crónica de su historia esta llena de científicos, profesores, escritores, artistas, monjes, aventureros, indígenas, soldados y religiosos. Por contraste tanto la flora como la fauna -sobre todo las aves- están presentes continuamente: cuervos, albatros y gaviotas, mirlos. Nueve mares simbólicos son cruzados por el autor. Mares silenciosos, serendípicos, vagabundos o silenciosos. Mares con costas conceptuales donde nada es lo que parece, conceptos que quiza se unen o se escinden del concepto primigenio. Límites entre lo animal y lo humano, el mito y la ciencia, la naturaleza y la tecnología, la noche y el día, ver y ser visto, o entre lo extinto y la existencia. Límites que el autor demuestra que se rigen por el idioma, la tradición y la creencia, no la “materia prima” del mundo. Una obra de no ficción tan inclasificable como exquisita de la mano del creador de su propio género.