El día de la liberación de George Saunders: Saunders siempre encuentra la manera de hacer aflorar la esperanza de que otra forma de entender la vida es posible

Tras el salto a la novela que supuso Lincoln en el Bardo, Premio Booker 2017, y el cuento para todos los públicos Zorro 8, George Saunders regresa al relato, formato en el que se viene mostrando como uno de sus indiscutibles maestros en activo. Lo hace retomando sus temas y planteamientos característicos, con ese ácido sentido del humor que suaviza los tintes sombríos de alguna de sus historias, y que convierte a unos personajes ególatras, solitarios o desesperados en caricaturas humanamente grotescas.

Vuelve a usar Saunders en su nueva colección ciertos elementos distópicos que explicitan la forma en que la sociedad de mercado, en su incontenible voracidad, puede hacer uso de sus miembros más débiles como mercancía. Es lo que les pasaba a las Chicas Sémplica de su libro anterior, Diez de diciembre, jóvenes de países exóticos tercermundistas resignadas a ser objetos ornamentales para diversión de quien pueda costeárselas, y es lo que les ocurre a los protagonistas de ‘El día de la liberación’.

El narrador de esta historia y sus dos compañeros son los encargados de amenizar las reuniones en el hogar de una familia adinerada. Sin memoria y conectados sus cerebros a un sistema que les proporciona los conocimientos necesarios, recrean los temas que les plantean y que han ensayado previamente, como el de la batalla de Little Bighorn, en cuyos pormenores sangrientos se sumergen los tres narradores. El hijo de la familia no ve, sin embargo, sino una situación indigna de opresión, a pesar del conformismo alienado de quienes la sufren. 

Igual de indigno resulta el borrado de memoria y la manipulación de los indigentes que, en ‘Elliot Spencer’, realizan los miembros de una organización secreta para utilizarlos como manifestantes a favor, supuestamente, de los oprimidos. Saunders, aquí como en todos sus textos, se introduce en la mente de los personajes transmitiendo al lector sus miedos, sus anhelos, sus odios y afectos, convirtiéndolos en creíbles y cercanos.

Por otra parte, esas teatralizaciones que se llevan a cabo en el texto que da título al volumen, remiten a otro de los elementos recurrentes en Saunders, su metáfora preferida de nuestra sociedad del espectáculo: el parque temático. Si ya aparecía en historias de Guerracivilandia en ruinas, su primer libro, de Pastoralia y de Diez de diciembre, ahora adquiere unos tintes más siniestros en el relato ‘Gul’.

Encerrados en unas instalaciones subterráneas, los trabajadores del Parque se dedican a representar diversos momentos históricos y de la cultura popular. Vigilados por un grupo de Supervisores que atienden y alientan las denuncias, serán sacrificados por sus propios compañeros si cuestionan la existencia de esos espectadores que nadie recuerda haber visto nunca. En un ambiente opresivo que puede recordar al de la película La isla, el narrador se arriesgará en la búsqueda de una verdad que explique el sentido de su vida.

Las denuncias también están presentes en otros textos, ya sea entre compañeros de oficina dispuestos a medrar a base de artimañas, o como elemento de control político en el Estado policial que describe por carta un abuelo a su nieto. En ella se lamenta de la pérdida de tantas cosas que daban por seguras y que han ido desapareciendo bajo los gobiernos fraudulentos de una saga de bufones.

Hay, finalmente, otras historias en las que la mezquindad de una madre con unos indigentes o el odio mutuo acumulado a lo largo de sus vidas por dos vecinas ancianas, muestran las costras de una sociedad que no permite cerrar las heridas con algo distinto al egoísmo, la desconfianza y el rechazo. Y sin embargo, Saunders siempre encuentra la manera de hacer aflorar la esperanza de que otra forma de entender la vida es posible.

Rafael Martín

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