La segunda novela de la Trilogía de los pantanos«Violenta, coloquial, inquietante y, lo más sorprendente, brutalmente divertida.» James Ellroy |
Emil Jadick, cabecilla de una banda de ex convictos conocida como el Ala, quiere destronar al mafioso Auguste Beaurain, que controla con mano de hierro el submundo criminal de la pantanosa ciudad de Saint Bruno. Tras un atraco a un local de Beaurain que acaba con el asesinato de un hombre, el capitán Bauer encarga al inspector y ex boxeador René Shade que lo investigue. Lo extraño del caso es que Bauer quiere que trabaje con la ayuda de Shuggie Zeck, lugarteniente de Beaurain con el que Shade creció en las duras calles del barrio de Frogtown. Aunque René no se fía ni un pelo de Shuggie y sospecha de las conexiones entre el mafioso y el alcalde de la ciudad, se verá obligado a peinar los bajos fondos de Saint Bruno en busca de los matones del Ala. Los matones del Ala es, tras Bajo la dura luz, la segunda novela de la Trilogía de los pantanos protagonizada por René Shade. |
Daniel Woodrell (Springfield, Missouri, 1953) abandonó el instituto a los diecisiete años para alistarse en los Marines. Menos de dos años después, en los que estuvo destinado en la isla de Guam durante la guerra de Vietnam, fue expulsado del ejército por «tendencias antisociales graves». De regreso a Estados Unidos y tras vagabundear una temporada con unos amigos, se licenció en la Universidad de Kansas y obtuvo el prestigioso título de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa. Es autor de nueve novelas, tres de ellas adaptadas a la gran pantalla, y de una colección de relatos. Desde hace más de dos décadas vive con su mujer, la escritora Katie Estill, en una casa centenaria en el corazón de los montes Ozark, donde llegó a compartir vecindario con traficantes de metanfetamina. |
Como deseaba evitarse un posible desaire en la entrada, lo primero que Emil Jadick asomó por la puerta del Club de Campo de Hushed Hill tenía dos cañones y estaba cargado. Él y los otros dos miembros del Ala iban vestidos inapropiadamente con camisas de camuflaje y pasamontañas, pero la chulería con la que hacían ostentación de sus armas de fuego sofocó cualquier comentario sarcástico por parte de los invitados, sentados alrededor de la mesa de póquer. |