El sueño del Oeste, de James Nava

Creo que la novela ambientada en el lejano y salvaje Oeste es un género al que aún no se le ha reconocido su valía. En literatura es un género denostado, porque recuerda a la novela corta y barata que leían nuestros padres y abuelos. Yo he de confesar que si me he adentrado en esta categoría ha sido por eso que en estos tiempos está tan de moda llamado nostalgia. Y es que al western en general me es imposible desvincularlo de aquellos libritos de un tal Marcial Lafuente Estefanía que veía leer a mi padre. Aquellos en los que el héroe acababa con la vida de tres forajidos con una sola bala; o cómo olvidar las tardes de sábado visionando películas de indios y vaqueros, en las que un tal John Wayne, con su forma renqueante al caminar, era culpable de que me quedara pegado a la pantalla y plantara a mis amigos para jugar en la calle. A través de aquellas sesiones de cine y de esos pequeños libros, de coloridas portadas donde aparecían indios y vaqueros, mi padre me inculcó, sin darse cuenta, el amor por el cine y la literatura.

No entiendo porqué la mayoría de los lectores se muestran reticentes a adentrarse en este género. Más aun cuando en las innumerables listas que surgen de las mejores obras maestras del séptimo arte, aparecen innumerables Westerns. Ya no me refiero solo a los grandes clásicos de John Ford, Howard Hawks, Sergio Leone, John Houston, o el propio Clint Eastwood, sino a directores más contemporáneos como pueden ser Jane Campion, James Mangold, Paul Greengrass, Jackes Aurdiar, los hermnanos Cohen, o Quentin Tarantino los que se han sumergido en este género. Me parece aun este hecho más hipócrita cuando la mayoría de ellos lo que han hecho es adaptar novelas de autores tan prestigiosos como Patrick deWitt, Philip Meyer, Thomas Savage o Cormac McCarthy, por nombrar a los más punteros. Quizás fue por todo esto por lo que elegí la lectura de James Nava.

Este escritor tiene en su haber más de diez novelas, y no fue «El sueño del Oeste» el primer título, de este español de nacimiento y estadounidense de adopción, la primera novela que descubrí de su autoría. Esta se trata de la primera de la trilogía de la que forma parte. Fue de la última de ella, de la que tuve noticia de su publicación, titulada «Jinetes de honor», por la que me interesé. Pero tengo esta manía de respetar la cronología de las sagas, —aparte de que es lo más lógico—, y es de obligatorio cumplimiento empezar por el origen de la historia. Así fue como lleno de entusiasmo me introduje en la historia de Zachary Stockton y Mary Madison. Dos jóvenes a los que el destino les tiene guardado un largo y tortuoso camino, al igual de emocionante y esperanzador, a través de la gran aventura que fue la conquista del salvaje Oeste, una zona inexplorada y tan hostil como bella, a la que aun no había alcanzado la civilización. El joven Zack, ya con un camino tortuoso desde casi su nacimiento, se va abriendo camino, por su valía, en la también salvaje Nueva York. Gracias a su trabajo, viajará a Filadelfia, donde conocerá a la joven Mary, que pertenece a un mundo tan distante al de él como es el de la sociedad burguesa. Ambos albergan la esperanza de poder viajar y asentarse en las tierras salvajes, que resultan tan atractivas y tentadoras como peligrosas.

Esta novela histórica, —porque a pesar de que transcurra en el Oeste americano, no deja de ser una historia decimonónica, y en cualquier otro género, lo catalogaríamos como histórica, ¿porqué esta no?— tiene un gran referente en una de las series que más me han gustado, y considerada entre las mejores, que es «Deadwood». Me la ha recordado esa creación y crecimiento de una pequeña urbe que termina ganando importancia con la llegada de más colonos que se convierten en sus habitantes. La historia relata el nacimiento y hechos reales acontecidos a lo largo de la historia del poblado de Clearwater, siendo esta hoy una de las ciudades del estado de Florida. Lo que demuestra el gran trabajo de investigación y documentación que ha realizado el autor.

James Nava, aparte de escritor, es asesor y experto en táctica militar, entre otras muchas cosas. Enamorado de la naturaleza y de su país de adopción, es a través de la escritura como nos contagia su entusiasmo por unos paisajes tan espectaculares. Y es que si algo derrocha en su prosa es pasión. No quiere dejarse nada en el tintero, y nos hace partícipes de lo duro e increíble que resultó la conquista de aquellos lejanos territorios. Es a través de su protagonista como nos cuenta los dispares aspectos que hicieron posible hacer llegar la civilización a ellos. A Zackary no le amedrentará nada para conseguir su objetivo, ni la amenaza de peligros ni el trabajo duro, por ello deberá ejercer distintas profesiones. Es así cómo iremos descubriendo los oficios que ejercían los valientes, a veces desesperados, hombres que se propusieron hacer suya esa parte del mundo.

El resto de los personajes que acompañan a nuestro héroe resultan entrañables. También aparecen malos odiosos, pero a los que también apreciaremos por lo bien construidos que están, no quedándose en meros bocetos bidimensionales. Conoceremos sus motivaciones, que como en las mejores historias, es el amor lo que provoca las reacciones. No solo el romántico, también el que sienten sus personajes por la naturaleza y el mundo que los rodea. Que como en toda relación, también existen la confrontación y los obstáculos. Nos muestra el amor a su tierra también por parte de los nativos americanos. Por que aquí no son indios estereotipados, aquí el autor nos hace conscientes de que solo defienden el modo de vida del que han disfrutado cientos de años antes de la llegada del hombre blanco, un intruso que no respeta e invade su tierra y destruye su legado.

Novela emocionante que no nos da tregua, repleta de acción adictiva que hará que devoremos sus cuatrocientas cincuenta páginas sin darnos cuenta. Personajes que nos enamorarán, y de los que, afortunadamente, podremos seguir disfrutando, ya que disponemos de las dos siguientes entregas, en las cuales pienso adentrarme mientras me imagino cabalgo hacía un poniente sol.