Este volumen contiene una colección de cuatro novelas cortas del canadiense Cory Doctorow que inciden en algunos de los aspectos más turbadores de la sociedad moderna, en particular los relacionados con la tecnología, las migraciones, la sanidad y el peligro de colapso social. Son cuatro narraciones de tono realista, a la par que distópico, lo cual resalta su aire inquietante. Como toda buena ciencia-ficción o ficción especulativa, estas historias tienen también en común un punto de vista que calificaría de reivindicativo, de compromiso social y de crítica de la sociedad actual, no tan lejana de lo que en ellas se cuenta. Por eso elegí leer Radicalizado, que trata sobre algunos de los asuntos que más me inquietan de nuestro mundo. Y he de decir que este libro ha superado mis expectativas, haciéndome reflexionar y entreteniéndome.
“Pan no autorizado” nos presenta a Salima, una refugiada que reside en un edificio fuertemente estratificado por clase social. Tras vivir en un alojamiento situado en un antiguo centro comercial, el piso barato en ese nuevo edificio pasa por emplear los electrodomésticos instalados en él, y que requieren la compra de determinadas marcas de alimentos (lo cual proporciona ganancias a sus caseros). Salima se encuentra un día con que unas quiebras empresariales hacen imposible que pueda utilizar su horno, que no admite “pan no autorizado”. Salima, ayudada por un pequeño ejército de niños (“Los niños sabían cómo eran las cosas y las decían tal cual”, p. 34) y otros vecinos, ya ha experimentado antes ese poder lejano y omnipresente, y decide tomar cartas en el asunto: “Comprendió que era el antídoto contra la sensación de que había gente lejana a la que no llegaría a conocer nunca y que tenía un poder omnímodo sobre ella” (p. 39). La hipervigilancia, ese mal contemporáneo, se ha intensificado en el futuro cercano y posible, aunque Salima se lo niegue a sí misma al principio: ”Lo que pasaba era que el mundo era muy pequeño y muy raro, y no había más que hablar” (p. 53). Salima procede de un mundo en el que “Cuando las cosas se ponían mal en el trabajo, trabajaba el doble” (p. 60), y se encuentra en una situación en la que desafía y promueve la rebelión silenciosa contra un sistema que usa la tecnología como herramienta para intensificar la opresión de los más pobres. Pero esta victoria le lleva también a darse cuenta de que “Todo lo que había conseguido era algo que podía perder” (p. 62). Cuando el cerco de los dueños de la tecnología propietaria se estrecha sobre ellos, encuentran difícil renunciar a “un modo de hacerse cargo de un mundo que nunca le había dado el más mínimo control” (p. 63). Cuando llegue el momento en que el sistema le ofrezca un trato, la única explicación es que “Nada es justo” (p. 88). Esta historia gustará especialmente a quienes dudan de los beneficios de la tecnología propietaria omnipresente.
“Una minoría modélica” está protagonizada por el Águila Americana, un trasunto de Superman que, tras años de ser admirado, decide enfrentarse a la policía en un caso de flagrante racismo. Tras muchos años de ser respetado por todos, la víctima a la que trata de defender le pone frente a frente con su realidad: “Ahora mismo eres blanco, pero esa es una proposición puramente contingente. No quiero ofenderte, pero no eres un hombre blanco porque no eres humano. Ni siquiera eres un hombre, ¿verdad?” En el momento en que Águila Americana se enfrenta al sistema, este lo rechaza y se acaban los días en que “Al final, las autoridades o el ejército aparecían y se llevaban al abusón, y el Águila Americana levantaba el vuelo y volvía a su escondrijo, sabedor de que había aportado su granito de arena la raza humana, que había adoptado como propia” (p. 113). Su paso adelante, su valentía, va a perjudicar más que a ayudar a quienes lo necesitan y a las personas que quiere. El millonario y superhéroe Bruce (todos sabemos a quién refleja) lo anima a conformarse con el mundo real: “Vamos, Águila, los problemas complejos tienen soluciones complejas. No puedes aporrear al racismo hasta que comprenda sus errores” (p. 114). En esta historia, como en nuestro mundo, la opinión pública da bandazos zarandeada por los medios, de modo que el acto reivindicativo del Águila le hace descubrir que “todas las deudas que el pueblo estadounidense y sus funcionarios gubernamentales pudieran tener con él podían borrarse de un plumazo” (p. 119). Así se encuentra con la amarga realidad de que “los polis solo encuentran crímenes allá donde los buscan” (p. 125). A fin de cuentas, esta es la historia de alguien que intenta ayudar y acaba perjudicando más que ayudando. Pero es algo difícil de parar, y los dilemas morales, que apenas habían tenido presencia en su vida, se presentan en la mente del Águila. Él puede frenar las injusticias con su enorme poder, pero ¿puede actuar sobre sus causas profundas? “Eres más fuerte que cualquiera de nosotros, puedes volar y ver a través de las paredes, pero no tienes superpoderes de persuasión” (p. 144), le recuerda Bruce, en una amarga constatación de que incluso un poder de apariencia infinita tiene sus límites, una idea triste que llega hondo y que sobrevuela el final de esta historia.
“Radicalizado”, la historia que da título al volumen, es mi favorita en cuanto a la progresión de la trama y la evolución del personaje central. Al comienzo, Joe conoce con amargura la noticia de que su mujer sufre un grave cáncer. Ese momento marca, en cierto modo, la progresión de esta historia: “Era una puerta que solo se abría una vez, y cuando la cruzabas no podías volver” (p. 162). Lo mismo que con la noticia del cáncer le sucederá con el mundo en el que entra a raíz de la noticia, y que incluye un rechazo del seguro médico para tratar a su mujer con un tratamiento “experimental” y un foro de Internet en el que habla con otros familiares desesperados como él: “cosas que no se podían decir en voz alta sin correr el riesgo de acabar en la cárcel o en un internamiento forzoso” (p. 166). Será este foro el que hará que la historia se precipite a una espiral de violencia en lucha por la “sanidad universal”, fundamentada en la idea de que “Dejar que la gente muriese porque salvarla perjudicaría la cuenta de beneficios era un acto malvado, y quienes lo hacían eran malvados” (p. 202). Doctorow trabaja con maestría la progresión en esta historia de radicalización social con un final un tanto ambivalente. Sin duda, una historia muy cercana, incluso posible, y la que más me ha impactado de todas.
“La máscara de la muerte roja”, como su título muestra, es un homenaje a la narración homónima de Edgar Allan Poe, pero también una historia del colapso social y un grupo de privilegiados que creen tener los medios para protegerse de él. En ella, Martin, un alto ejecutivo, “sabía que el Suceso era inminente” (p. 216), y ha construido un refugio al que llama Fuerte del Juicio Final, donde él y sus elegidos estarán protegidos cuando el desastre llegue. Martin decide quienes serán esas 30 personas, rechaza ayudar a cualquier otra cuando el momento llega, y cree tenerlo todo previsto para sobrevivir y, cuando todo vuelva a la normalidad, retornar a su lujoso estilo de vida. “Al fin y al cabo, ese era el plan de Martin: esperar a que volviera a reinstaurarse el orden y aparecer con todo lo necesario para hacerse un hueco en él: bienes comerciales, títulos al portador, dinero en metálico y su inteligencia, con el apoyo de un grupo leal de seguidores” (p. 247). Martin se considera superior y se provee, de modo egoísta, de todo lo necesario para defenderse de un mundo que adivina hostil. “Cuando los mejores estaban al mando, las cosas funcionaban […] Los ladrones estaban gobernando la nave e iban a estrellarla” (p. 248). Una contradicción este pensamiento, cuando precisamente él es uno de los que estaban al mando. Esta historia es, sin duda, mi favorita, y está muy bien situada al final de la colección. Aunque es un relato de muerte, violencia y enfermedad, también la considero una fábula llena de esperanza, porque los planes egoístas de Martin no saldrán también como la cooperación y la ayuda mutua de otras personas que intentan salir adelante sin considerar a todos los demás sus enemigos. Un final redondo para una historia impactante.
Como lectora que disfruta con la ficción especulativa que nos habla de nosotros, he disfrutado mucho con la prosa directa de Cory Doctorow y el modo en que sus cuatro novelas breves inciden en cuatro grandes miedos de nuestras sociedades desarrolladas. Con unas pinceladas aludiendo a problemas bien actuales, pero sin abandonar una mirada esperanzada al futuro que hay que luchar por construir, Radicalizado es una lectura que recomiendo a los amantes de la ficción especulativa más reivindicativa, y a quienes gusten de preguntarse a dónde se dirige nuestro mundo y se preocupen por las injusticias de la sociedad.