Llama la atención en Golpe de kárate la combinación de ciertos recursos de comprobada eficacia con otros, si no novedosos, sí gestionados de manera muy personal: en algunos de sus relatos, la danesa Dorthe Nors introduce elementos del realismo minimalista americano, ese que no duda en fijar una mirada distraída en detalles accesorios, fuera de foco, como queriendo mostrar la indiferencia del entorno. Pero, además, hay momentos en los que la narración da un salto inesperado adentrándose en un terreno alternativo, extraño, aunque, al final, ese giro resulte ser producto de la mente del protagonista.
Nada más adentrarnos en el libro encontramos un ejemplo de todo esto en la joven de ‘¿Conoces a Corri?’ que, preocupada por otras cuestiones, mira en la televisión un programa de búsqueda de personas, en el que una vecina, actuando de forma poco natural, afirma conocer al desaparecido. Los recuerdos de la joven, por su parte, la llevan a una ensoñación angustiosa en la que sigue a un extraño. Realidad y desvarío conforman aquí una pareja desasosegante.
A veces Nors opta por objetos simbólicos, como el enorme tomate descartado por la familia para la que trabaja la narradora de otro relato. Mientras lo transporta en compañía del compatriota que vino a retirarlo, compara el horizonte desierto de su tierra con los fuegos artificiales que, juntos, contemplan sobre Manhattan. También usa la autora la metáfora como mecanismo para ese salto dimensional. Así, en ‘El invernadero’, los sentimientos de admiración de un hijo por su padre divorciado desaparecen cuando aquel no es capaz de reunir los pedazos dispersos de su afecto.
La violencia y la crueldad laten en otros textos: en uno, dos cazadores matan a los perros supuestamente enfermos de su compañero, en otro una madre desnortada asfixia a unos conejos delante de sus hijas, y en otro más un niño intenta sacar adelante una cría de pato usando el horno como incubadora, pretendiendo así salvarla de la criba despiadada de su padre. Por su parte, en el que da nombre a la colección, una mujer interpreta la violencia de su pareja como una forma de apropiación, de dar vida, como cuando de pequeña coloreaba el interior de dibujos para hacerlos más reales. Los moratones equivaldrían para ella a salirse de los límites del dibujo. Y en ‘Mujeres asesinas’ el protagonista cree ver en los espeluznantes crímenes de dos asesinas en serie y en la violencia de las hembras de chimpancé, el fondo tenebroso de la naturaleza femenina.
La ironía está presente, no obstante, al dar voz a un investigador de la componente genética de la credulidad humana. Dejará fuera del estudio a un individuo que contradice sus hipótesis y que, además, prefiere ser timado a creer que el mundo es como parece a veces. Ese particular sentido del humor, que puede recordar al de algunos relatos de George Saunders, recorre también la novela de Nors Espejo, hombro, intermitente, en la que convergen elementos dispersos por estos relatos: el gusto de la protagonista por descansar en cementerios, unas mustias garzas de un parque de Copenhague o un instalador de aerogeneradores.
Nors remata este breve pero intenso muestrario de soledades con el magnífico ‘El mar de Frisia’, en el que una hija vela por la estabilidad emocional de su madre en un paraje aislado. Un extraño personaje, la mujer multialérgica, se desplaza asistida por una panoplia de accesorios instalados en su silla de ruedas, mientras la madre cree ver en el mar una fuente de energía sanadora. A la busca del centro de esa fuente arrastrará a la hija adentrándose en una tenebrosa niebla que les hace perder la orientación. No es fácil encontrar una combinación tan perfecta de simbolismo y sensibilidad.
Rafael Martín