Esta es una novela de amor y obsesión, en la que el deseo y el apego a la tierra envuelven las vidas de los personajes y los arrastran a la tragedia. La anciana Émilienne vive en una granja llamada Paraíso, donde acoge al muchacho maltratado Louis y también a Blanche y Gabriel, sus nietos huérfanos. La vida en la granja está ligada a las duras tareas del campo, mientras Blanche y Gabriel crecen y llegan los amores. El de Blanche por Alexandre pronto se escapará a su control, mientras que él tiene muchas ambiciones, que no parecen detenerse ante nada. Alexandre quiere irse del pueblo y prosperar, y lo quiere con tanta fuerza que este deseo lo domina.
Es una novela breve, pero dotada de multitud de matices, escrita con un estilo hipnótico, poético y en ocasiones denso, que me ha encantado por la visión diferente y original que da de los más pequeños detalles. Creo que el retrato de los personajes es su punto más fuerte: la dureza silenciosa de Émilienne (que, a la postre, resulta ser su debilidad), la intensidad de Blanche, la aparente pequeñez de Gabriel (que también evoluciona tanto), la amarga lealtad de Louis, la sospechosa expansividad de Alexandre… Los personajes crecen como una enredadera que nunca consigue desprende del Paraíso, ese lugar donde el trabajo duro desde el amanecer hasta la noche, el cuidado constante de los animales, lo más primario, es la norma de vida, pero cuyo nombre refleja a la perfección el deseo y la atracción que despierta en todos. Los une más allá del bien y del mal: “nada, salvo Émilienne y el Paraíso, podría mantenerlos juntos en un lugar” (p. 86).
La autora es sumamente hábil en crear estas dinámicas entre personajes, con más silencios que palabras, tensadas al límite: “Cuanto más amaba Blanche a Alexandre, más se odiaba Louis a sí mismo, mientras tanto Gabriel, solo en su habitación, los miraba, un actor que se negaba a interpretar su papel” (p. 87). Elegí este libro porque quería leer una historia de interiores, de caracteres, de las que transcurren como una corriente oculta que de repente se desborda, y este es el gran logro de Cécile Coulon, que edifica esta tragedia casi telúrica con los elementos justos y necesarios. Encontrar una protagonista diferente, intensa, indispensable, es otra de las emocionantes sorpresas de este volumen: “Se había mostrado ante él tal como era, tan joven, tan liviana, y él la había destrozado” (p. 151). Ella y la tierra de la familia se convierten en una unidad: “Protegida por la cerca del Paraíso, Blanche se preparaba, para qué exactamente no estaba segura, pero se estaba preparando” (p. 152). El ecuador de la novela la tiene en una encrucijada, cuando sucede un inesperado retorno.
Entonces crecen los personajes de Louis, que “había olvidado lo que significaba estar en el paisaje sin estar en la foto” (p.183) y el silencioso Gabriel, el cual florece, mientras Émilienne se marchita y la autora lo describe con poderosas palabras: “Pronto, a pesar de lo que había traído a aquel lugar, pronto ya no pertenecería a esa tierra. O más bien le pertenecería por completo, esa tierra la devoraría” (p. 192). Los ecos de muerte se multiplican en la segunda mitad del libro, a mi juicio la que mejor juega con la trama, la intriga y las ocultaciones de los personajes. Los contrastes entre decadencia y felicidad, entre enfermedad y vitalidad, son preciosos: “Nada había podido, frente a aquel espectáculo de dulzura, arrancar la alegría de su rostro, esa certeza de que todo estaba en orden” (p. 205-206). Un juego de vida y muerte, de todo y o nada, que hechizará a los lectores que se acerquen a esta novela.