Filmar los sueños, de Carlos Atanes.

Un niño definió una vez sus sueños como “cine nocturno”. Esto da idea del impacto que tiene sobre las personas el medio cinematográfico como forma de asomarse a otras existencias y sentir experiencias insospechadas en la vida cotidiana, algo que también puede suceder cuando soñamos. Evidentemente el cine no puede filmar los sueños, pero muchas películas se atreven a realizar una representación de los mismos, con mayor o menor fortuna. Quizá algún día, como apunta el autor, se desarrolle una técnica que permita ver en una pantalla lo que hemos soñado la noche anterior, aunque al final dichas imágenes solo vayan a tener interés para el propio soñador. Como es evidente, Filmar los sueños quiere ir más allá del análisis frío de las películas que más pueden entusiasmar a un determinado espectador:

“El cine ofrece un abanico de elementos de interés y disfrute que rebasan con mucho la captación de las historias que nos cuenta. Siempre he pensado que más importante que entender era sentir una película, y más todavía cuando esa película sugiere un mundo distinto al de la vida ordinaria y mayor, descomunalmente más grande, que el explicitado en el guion y las imágenes proyectadas. (…) ¿Acaso no debería ser el logro mayor del cine onírico, junto a presenciar como espectadores el sueño de otro con los ojos abiertos, la incorporación como soñantes del mundo creado en una película dentro del sueño propio?” (pag. 99)

Con un estilo muy personal y sin renunciar en ningún momento a estupendas divagaciones sobre el tema, Atanes intenta establecer la escurridiza relación entre cine y sueños, teniendo siempre presentes los mejores intentos de acercamiento a lo onírico que nos ha ofrecido a través de su historia el medio cinematográfico: Recuerda, de Alfred Hitchcock, con esa escena a cargo de Salvador Dalí o los universos de directores como Luis Buñuel o David Lynch. En cualquier caso, el ensayo de Atares no intenta ser en ningún momento una guía canónica acerca de este vínculo, sino una reflexión que incluye posibles viajes al futuro, pues el cine jamás ha sido un medio estático, sino que puede reinventarse, aunque muchos historiadores del medio opinen que su mayor esplendor se sitúa entre los años treinta y los cincuenta.

Con este libro, la editorial Solaris, Textos de Cine inaugura una prometedora colección de ensayos cinematográficos, después de habernos dejado sobradas muestra de la calidad de sus ediciones con la magnífica revista Solaris, de la que ya se han publicado seis números. Un oasis en el siempre insuficiente mundo de la edición de ensayos cinematográficos en España que esperemos goce de larga vida.