«Este verano conocí a Lídia Pujol, y hablando y hablando de nuestros trabajos encontramos algunos paralelismos entre ambos. Así que pusimos a conversar el libro con el disco. Y el resultado nos pareció digno de ser compartido.»
En 2021 se cumplen 30 años de un hecho histórico de gran importancia: el 25 de diciembre de 1991, Mijail Gorbachov, artífice de la perestroika, firmó el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas forzado por los presidentes de muchas de esas repúblicas. Moría así la URSS sin haber alcanzado su primer centenario.
Ese verano de 1991, no del todo ajena al cambio geopolítico que se avecinaba, una española (la autora del libro) emprendió un viaje singular: partiendo de Járkov (Ucrania), donde cursaba estudios de oftalmología, se propuso cruzar el país, del mar Báltico al mar Negro. Por su condición de becada en la URSS no podía desplazarse sin permiso ni alojarse en ningún hotel, por lo que planeó viajar siempre de noche, en tren (cuyos sistemas de venta de billetes y control eran más laxos que los de cualquier otro medio de transporte). Así: desde Járkov voló (aprovechando el visado internacional del que disponía para regresar a España de vacaciones) a Leningrado, que quince días antes había sido renombrada por sus habitantes como San Petersburgo, y después, siempre en trenes nocturnos, se desplazó a Tallin, Riga, Vilna, Lvov, Kiev y Odesa, para regresar finalmente a Járkov.
Si el itinerario resultó interesante (7 ciudades de 5 repúblicas) la compañía no lo fue menos. Al viaje se apuntó, sin que la autora lo deseara en un principio, una compañera oriunda de Uzbekistán (otra república de la URSS) que nunca había viajado sola ni visto el mar (ni tantas otras cosas que fueron apareciendo por el camino); y se sumaron, sin pretenderlo, militares, profesores, estudiantes, camareros, revisores, conseguidores, víctimas de Chernóbil…
En la narración de aquel viaje, se intercalan necesariamente estampas de la vida cotidiana de los dos últimos años de la URSS (la autora había llegado al país en 1989) y de los primeros 5 años de la vida independiente de las repúblicas (la autora abandonó Rusia en 1996) y, por encima de todo, flota la tensión de un verano, aparentemente normal, que sería el último de un sueño ilusionante para millones de personas y de una pesadilla insoportable para otros tantos millones; y para todos, incluidas la autora y su amiga uzbeca, el principio de casi todo.