Una de las cosas que me siguen fascinando de la lectura es que después de años y años leyendo tantísimos libros de todos los géneros imaginables de repente llega uno, de apariencia modesta, y te enamora. Te cala tan hondo que sabes antes de acabarlo que no será uno más, que se trata de un libro de esos que guardarás en un rinconcito del corazón; un libro de esos que consiguen que seas un poquito mejor persona. A mí me ocurre muy de vez en cuando, cada vez menos, la vida nos va desgastando, hastiando y haciéndonos la piel más gruesa, por eso cuando llega una obra así a mis manos me alegra comprobar que aún hay esperanza, que aún hay vestigios de inocencia en mi interior. El último libro que ha volcado un poquito mi corazón ha sido “Sin más respuesta que el silencio”, y su responsable un joven escritor llamado Christian Martínez Silva.
Con una gran carga autobiográfica, Christian nos narra como Samuel, un chico de quince años al que le acompaña a todas horas música de Radiohead o Led Zeppelin —a modo de su propia banda sonora que llega a sus oídos a través de su discman— ha cambiado Valdeaceras, su barrio de toda la vida, por las lujosas urbanizaciones del pueblo de Villarrosa, donde se siente alejado tanto del medio como de las personas que le rodean en su nuevo emplazamiento. A pesar de asistir a un colegio pijo y cambiar su pequeño piso por una gran casa, él se sigue sintiendo como el chico de barrio que es, sentimiento que le hace sentir más fuera de lugar aun. Inevitablemente su actitud hará que lo señalen como rarito, condición que le llevará a descubrir la oscuridad y sus consecuencias.
Christian Martínez escribe muy bien, y es un placer disfrutar de su narración a lo largo de sus páginas, donde su brevedad no será la única razón por la que terminemos muy pronto de leer la historia de Samuel, al que también ha dotado de un gusto musical exquisito, y del que podremos disfrutar también, ya que se trata de una novela con banda sonora, y que podremos degustar gracias al código QR que aparece en la solapa donde podremos oír la lista de reproducción de “Sin más respuesta que el silencio”.
Esta novela ha pasado los filtros y será lectura obligada en institutos el próximo curso —este hecho arroja un poco de esperanza al farragoso terreno de la educación en este país— y no me extraña, porque como nos recuerda nuestro propio protagonista, la adolescencia en un mar de dudas, donde resultamos unos desconocidos para nosotros mismos. Y a veces encontramos una baliza en forma de libro, como es este el caso, donde es bueno comprobar que no estamos solos en ese mar y que nos ayuda a comprender que todos nos sentimos perdidos en esa etapa de la vida, y que no es tan raro eso que nos pasa y sentimos.
Y es que Christian Martínez, en una suerte de Salinger, nos muestra las vicisitudes a lo largo del camino de Samuel hacia la adultez que le provoca hastío y frustración. Que le hará sentirse como un guardián castizo entre el centeno donde tendrá que ir aprendiendo como sus actos tendrán unas consecuencia y de las cuales deberá hacerse responsable, tanto para bien como para mal; que la belleza, la mayoría de veces, es difícil de encontrar, y más difícil de conservar; de que no todo es malo, y a veces los que nos rodean no quieren hacernos la vida peor, solo protegernos y ayudarnos a que sea mejor; a que la maldad y la injusticia existe, y no siempre va dirigida hacia nosotros.
Una maravillosa novela que hay que leer siendo adolescente para comprender que no somos islas, y esos sentimientos encontrados producidos por batallas de hormonas que lo vuelven todo del revés es tan normal como la vida en sí; que no están solos y hay que comunicarse. Una maravillosa novela que hay que leer siendo adultos, porque muchos han olvidado aquellos años convulsos que vivimos dentro de nuestra crisálida, metamorfoseándonos de niños y niñas a hombres y mujeres, y tal vez así podamos usar nuestra experiencia para ayudar a los adolescentes que tengamos cerca, y que la comunicación es el primer paso y debe ser recíproca.
Libros como este demuestran que la literatura no es mero entretenimiento, también es necesidad.