Tenemos, en esta ocasión, en las manos un libro original, innovador por cuanto el texto viene previamente avalado por uno de los mayores especialistas en la historia de este período en Europa, Anthony Beevor. Él es el autor del libro que, bajo el mismo título publicó esta editorial en 2012 y que John Gray definió como “la narración más completa y objetiva que se puede lograr sobre el curso de la guerra y la más conmovedoramente humana que se haya escrito” La innovación le viene dada porque es un libro esencialmente gráfico que se apoya en fragmentos del texto original seleccionados por Gonzalo Pontón, uno de los editores que más ha contribuido, a través de su labor en la editorial Crítica, a la formación del pensamiento reflexivo en nuestro país. En fin, unido a todo ello, el libro se apoya en el convincente soporte gráfico que le presta con sus dibujos la artista gráfica Eugénia Anglés.
Tal sinergia colectiva editorial sirve para describirnos, ahora literario-gráficamente, unos de los períodos más cruentos de nuestra historia continental.
Y así se justifica en un a modo de proemio donde leemos: “En una guerra que costó la vida de más de sesenta millones de personas y que se había extendido por todo el globo terrestre, Yang, este veterano involuntario de los ejércitos japonés, soviético y alemán, fue relativamente afortunado. Su historia ilustra, sin embargo, la indefensión de la gente común ante fuerzas históricas apabullantes. La Segunda Guerra Mundial no fue un conflicto aislado. Fue una combinación de conflictos entre las naciones, pero también una guerra civil internacional entre izquierdas y derechas, entre dictaduras y democracias”
A la vez, y a título personal (permítaseme) quisiera referirme a mi sorpresa al abrir este libro, pues hube de recordar la anécdota a la que asistí un día no muy lejano donde una abuela casi reprendía a un crío embebido por completo en un libro ilustrado: ella decía, “pero Miguelito, ¿qué haces con un libro abierto si no sabes leer?, a lo que el crío, casi airado, respondió, pero sé ver” Pues eso, un libro, tal vez lo primero que necesita de un lector, es fe, convicción, confianza en que está ante un bien, una aventura, un viaje ilusionado. Y para ello que mejor inicio que el saber ver.
El texto, apoyado en una hercúlea labor documental en su origen y enriquecido por un Indice temático muy clarificador, está escrito con fluidez donde el tono dramático en ocasiones se hace relevante, y el guión que propicia la imagen así lo recoge. Hay, por ejemplo, una doble página (pp. 266-267) de un relato muy expreso, gráficamente muy duro: “Desde el 24 de julio, una masa de bombas incendiarias cae sobre el este de Hamburgo, que se convierte en una hoguera gigantesca. A 6.000 metros de altura, se percibe el olor a carne quemada: han muerto 48.000 seres humanos” Uno de los episodios más trágicos de tan oscura guerra para la civilización queda bien descrito aquí, ha sido oportunamente seleccionado por su doloroso didactismo literal, y el dibujo no deja lugar a dudas de lo que el hombre es capaz de deparar, como mal, al otro hombre.
¿Hemos aprendido algo para no cometer el mismo error como especie? No es nada seguro, pero quiero confiar en que, a estas alturas de los años, el bueno de Miguelito haya aprendido ya a leer (incluso es posible que haya cursado Historia) y, por cualquiera de las vías que él elija, confío nos ayude a tratar de comprender el mal de la desmesura humana y, por el contrario, el bien que diálogo y cultura pueden propiciar como promesa de bienestar y futuro.
El libro (magníficamente editado) habrá de colocarse, tal vez, en el anaquel de los libros de consulta. Eso sí, no lejos, en un lugar asequible, pues conviene ejercitar con mayor frecuencia la voluntad de no repetir el mal como premisa, o, lo que viene a ser lo mismo, derivar de ello el aprendizaje de ‘lo que no se debe hacer’
Ricardo Martínez