La anomalía de Hervé Le Tellier

El último Premio Goncourt se sustenta en un divertido andamio de géneros literarios y cinematográficos. A partir de ese soporte, su autor introduce lo insólito para enfrentar al lector con situaciones inesperadas, para obligarlo a hacerse preguntas incómodas, para hacer lo que hace la gran literatura: zarandearlo hasta que las gafas se le tuerzan y le asomen los faldones de la camisa.

Le Tellier recurre al thriller, al relato bélico, al de abogados y poderosas corporaciones, a la comedia universitaria y al drama romántico para introducir a un variopinto grupo de personajes que conforman su heterogéneo elenco. Tenemos así a un asesino profesional con una doble vida, o a un autor de escaso éxito y traductor poco escrupuloso, cuyo último libro, ‘La anomalía’, entre poético y metafísico, se convertirá en un gran éxito.  Ese libro será, además, el regalo de un maduro arquitecto inútilmente enamorado de una joven montadora. Tenemos también a un cantante nigeriano, obligado por su violento entorno a ocultar sus sentimientos, a un enfermo terminal, y a una abogada negra contratada por una farmacéutica señalada por los efectos de uno de sus productos sobre mujeres negras. Casi nada.

Todos ellos son viajeros en un vuelo París-Nueva York que, al atravesar una terrible tormenta, sufre la anomalía a la que se refiere el título: tres meses y medio después de su aterrizaje, otro avión idéntico, con los mismos tripulantes y pasajeros, solicita permiso para tomar tierra.

A partir de aquí el texto se adapta al guión de una de esas obras apocalípticas con un gabinete de crisis en contacto directo con el Presidente. Se recurrirá a las más altas instancias científicas y religiosas para esclarecer la situación, mientras se estudia la posibilidad de confrontar a los individuos duplicados. Pero serán dos jóvenes matemáticos los que aporten la solución más monstruosamente plausible: nuestro universo no es más que una simulación por ordenador, y nosotros seres virtuales.

La idea, de largo recorrido, ha sido formalizada por el filósofo sueco Nick Bostrom. Tampoco es que deba sorprendernos, a fin de cuentas los científicos no paran de usar simulaciones en sus investigaciones, e individuos de distintas culturas rezan, confiados, a un programador supremo.

Pero esto no es Matrix. A Le Tellier le interesan otras cuestiones. Nos propone un ejercicio de introspección a partir de la figura del doble: ¿qué pasaría si nos enfrentáramos a nosotros mismos, si nos pusieran delante a otro individuo que conoce todos nuestros secretos? ¿Nos compadeceríamos de él, le temeríamos? Y en cuanto a cuestiones prácticas ¿qué pasaría con tus hijos, con tu pareja, con tu casa, con tu trabajo? ¿Cuál de los dos se queda con esas cosas?

Ese espíritu provocador y juguetón del autor francés resulta coherente con su pertenencia al grupo literario OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle), creado en 1960 por Raymond Queneau junto al matemático François Le Lionnais, y en el que participarían activamente Georges Perec e Italo Calvino. Puede que el también matemático Le Tellier no apueste ya por las constricciones formales como potenciadoras de la creatividad, pero no olvida homenajear a los autores de ‘La vida instrucciones de uso’ y de los ‘Ejercicios de estilo’, con los que Queneau pretendía “desoxidar la literatura de sus diversas herrumbres, de sus costras”.

A las costras y miserias de nuestra sociedad y de nosotros mismos nos asoma ‘La anomalía’, pero con la contenida ironía de uno de sus personajes al constatar que “amar evita al menos tener que buscarle continuamente un sentido a la vida”.

Rafael Martín