Considero que podemos decir que, últimamente, estamos de suerte en nuestro pródigo y esquivo país en lo que hace a la literatura, pues una vez consumido el año dedicado a Galdós (¿tuvo él, en su día, algo del don Diego enamorado de esta novela que comentamos respecto al corazón de nuestra autora?), ahora nos prestamos, y con qué gozo, a leer y escuchar (y aprender, y sonreír, y…) a la señora marquesa, dueña de una lengua –literaria- rica, fresca, ocurrente y graciosa, actual siempre en lo que tiene de sinergia con lo cotidiano.
¿El tema?, el amor (acaso hay otro, solía responder Lawrence Durrel cuando su madre le reprendía por su obcecación en el tema), pero en él todos los ingredientes propios no solo de las emociones del género humano, sino también sus adminículos, sus ‘complementos’: humor, seducción verbal y gestual, intriga, ironía, alusión a lo otro que conforma cualquier estamento de la sociedad que se describe y analiza.
Sobre todo, digamos, ha de destacarse el poder de leer una prosa tan fresca, limpia y directa: “Yo registraba el horizonte tratando de descubrir la prometida fonda, que siempre sería un techo, preservativo contra aquel calor del Senegal (La citas, en la autora, puede decirse que vale incluso como alusión, pues una de las virtudes de su esmerada educación fue la de haber viajado mucho) Más no se veía rastro de edificio grande en toda la extensión del cerro, ni antes ni después. Las únicas murallas blancas que distinguí a mi derecha eran las tapias de la Sacramental (de san Isidro, de su Madrid transitado y querido), a cuyo amparo descansaban los muertos sin enterarse de las locuras que del otro lado cometíamos (¡cometíamos!, ella, siempre dueña de sus pecados) los vivos”
El introducir el paisaje urbano en la novela –tal como ya había hecho magníficamente su entrañable Galdós- supone, creo, un valor añadido para la historia narrada y el lector, por cuanto en un escenario bien diseñado y acorde es más fácil obtener la enseñanza de todas las cualidades del actor, de los protagonistas. Su narrativa es de un orden impecable: bien traídos a cuento las anécdotas tan gráficas, el retintín (“… le vi cerrar la diestra –la de la propina- deslizándola en el bolsillo del pantalón, y entreoí la fórmula gallega clásica: De hoy en cien años”)
Cada personaje queda bien definido en su papel y significación, así como el paisaje circundante, y ello sin ignorar el detalle, la anécdota que exigía Nabokov. También la introducción del lenguaje propio del paisanaje como un guiño a la verosimilitud: “Oigasté… cristiano!
Sea, pues, saludado este año literario dedicado a la señora marquesa de Pardo Bazán, protagonista en nuestra historia mayor de las letras y de la propia historia cotidiana que le tocó vivir; y de otras vívidas y sugerentes y entrañables historias que ella protagonizó (ay!, el amor) con el garbo elegante de un humor e inteligencia que nos han dejado un tan estimable legado.
Ricardo Martínez – Web de Ricardo Martínez