El 77 premio Nadal es una novela escrita por la autora de origen marroquí Najat El Hachmi y que cuenta, con tintes autobiográficos, la historia de una joven inmigrante luchando por abrirse camino desde su opresiva ciudad en la periferia de Barcelona. La obra adopta la forma de una larga carta que la protagonista escribe a su mejor amiga y compañera en muchos avatares de la vida, un personaje que permanece en el anonimato. Son dos partes extensas, la primera dedicada a su adolescencia en casa de sus padres, y la segunda situada cuando la abandona para casarse e iniciar, muy joven, la vida adulta. Esta obra me ha gustado por la autenticidad que desprende y su discurso de mujer luchadora, que busca su libertad en circunstancias muy difíciles. El modo en que lo cuenta es muy directo, con un lenguaje sencillo y un estilo narrativo lineal, siempre pendiente en el presente del personaje y su espejo diferenciado, su amiga a la que se dirige constantemente en segunda persona.
Antes de comenzar con la historia de su vida propiamente dicha, hay una especie de prefacio que explica el sentido del título y su intención al escribir su vida. Me parece fundamental para entender la obra, y sobre todo para que muchas mujeres (inmigrantes o no) y, en general, muchas personas, podamos empatizar con la protagonista e identificarnos con ella. El lunes es ese futuro en el que ellas podrán encajar en todos los ideales, condicionantes y dictados, ser las mujeres que deben ser. El lunes representa ese momento que no acaba de llegar, y que la protagonista persigue sin saber muy bien cómo.
La primera parte se centra en la adolescencia que vive en su barrio, en medio de la pobreza material y la opresión, y sus sentimientos ante los cambios que experimenta su cuerpo y las presiones de su familia y del exterior. Ella es una joven estudiosa y formal, mientras que su amiga es mucho más rebelde y lleva una vida más libre. En los años del instituto nace su amor por la literatura, atravesado por el dolor. “También leía por miedo a la vida” (p. 27). Los entornos familiares y el contraste con el instituto, el lento pero constante ascenso de la versión más intolerante del Islam, los amores… son el eje de este primer núcleo, mi parte favorita de la obra, y que podría considerarse una novela de formación. La lucha de estas jóvenes va a ser la misma de tantas otras que buscan la libertad, pero más que en forma de alegato político, El Hachmi nos implica en sus destinos a través de las emociones y la búsqueda individual de la felicidad.
En este sentido, lo que más me ha llegado de la novela es el modo en que las protagonistas pelean denodadamente por su propia realización personal, luchando contra los condicionantes que las oprimen desde todos frentes: el género, el origen geográfico, la religión, la clase social… Poco a poco van fraguando su decisión de abandonar el barrio, de hacer su vida en otro lugar: “La única forma de quedarnos era recortándonos y poquito por aquí, un poquito por allá, y renunciando a infinidad de cosas” (p. 88). Ella sabe que la vida puede ser mucho más, y no está dispuesta a renunciar a ello. El feminismo de su amiga y de otras es práctico, no teórico: “lo único que estabais defendiendo era vuestro derecho a ser y estar en este mundo sin dar explicaciones” (p. 118). Y es admirable el coraje con el que se conducen, aunque a veces llevará a consecuencias trágicas. La intensidad de su lucha se expresa en ocasiones de modo muy coloquial y descarnado, como en la expresión de su rebeldía silenciosa frente a su padre: “Yo por dentro me reía porque él no me había enseñado más que gritos y palizas, pero no decía nada y pensaba: habla, habla todo lo que quieras, que por un lado me entra y por otro me sale” (p. 165).
En la segunda parte, la protagonista abandona el hogar paterno y comienza su vida como joven adulta. Unas cadenas suceden a otras, y los momentos de exaltación y alegría parecen superados muchas veces por los de derrota y desaliento. Su amiga, su espejo diferente, su contraparte, vivirá peripecias paralelas, a la par que diferentes. Este personaje me parece uno de los grandes logros y lo más original de la narración, al dotar de contraste a la protagonista y también proporcionarnos un itinerario paralelo a la vez que diferente al suyo. La abundancia de la segunda persona en la narración me ha hecho sentirme muy implicada como lectora. Las decisiones vitales de su amiga no son las mismas, sino más atrevidas y rebeldes, aunque sus objetivos finales, realizarse y ser libres, sean los mismos.
La protagonista verá su abandono del barrio como “salir por primera vez a la luz del mundo” (p. 173). Esta imagen luminosa y optimista chocará pronto con la realidad de su matrimonio, que no representará sino otro campo de batalla. Como imagen de fondo, la literatura que la vuelve a salvar (“La lectura, también ahora como mujer casada, me servía para protegerme de la vida, una vida que aunque creía haber escogido libremente en realidad se parecía muy poco a la que había imaginado”, p. 184). Los estudios, los trabajos, el amor… aunque no quiera ser ejemplo de nada, verá cómo otros intentan que lo sea. Y a veces llegarán el desaliento y la frustración por el papel que les ha tocado vivir y que no han elegido: “Creo que el río ardiente de la rabia se había formado cuando nos habíamos dado cuenta de cómo eran en realidad las coas, cuando fuimos atando cabos y comprendimos que nos había tocado un lugar en el que todos sacaban provecho de nuestro esfuerzo” (p. 227). Pero, aun así, no se rendirán.
Me gusta la literatura que intenta marcar la diferencia, y esta novela lo hace, denunciando con las historias de sus protagonistas que la opresión no es algo extraño a nuestra sociedad, sino que la tenemos al lado, en nuestros barrios, sentada a nuestro lado en el aula o en el autobús. Un relato potente, preciso y revelador, que gustará a quienes disfruten de una narrativa directa y al filo de la realidad, que huye de las simplificaciones culturales y sociales y nos muestra la importancia de que las mujeres, de que todas las personas, trabajen por ser dueñas de sus propias vidas en medio de las circunstancias más hostiles.