Foenkinos vuelve con otra de esas historias de descalabro emocional y búsqueda de redención y consuelo que tan bien sabe manejar. Y lo hace manteniendo, además, unas señas de identidad que lo hacen inconfundible: la disposición a jugar con el lector buscando su sorpresa y, sobre todo, las impagables notas que sitúan al narrador en diálogo directo con aquel. Funcionan como guiños a cámara, esos momentos de metaficción en que el actor se dirige al público en busca de complicidad.
Ya habíamos comprobado la tendencia del autor francés a mantener cierto hilo conductor entre sus obras. Uno de los personajes de su anterior novela, ‘Hacia la belleza’, presentaba rasgos de la pintora Charlotte Salomon, cuya biografía había novelado Foenkinos en su obra más premiada. Y el personaje protector de su gran éxito de público, ‘La delicadeza’, nos recuerda al que pudimos encontrar en aquella última novela.
Pero ahora nos propone ir un paso más allá, creando dentro de ‘Dos hermanas’ una especie de imagen especular deformada de ‘Hacia la belleza’. El conflicto inicial parece el mismo, una ruptura traumática: antes el protagonista era masculino y ahora la doliente abandonada es Mathilde, que caerá en los mismos errores defensivos de su reflejo. La protectora también está presente, y la mayoría de los nombres y parte de los roles de los personajes se repiten en una y otra novela aunque barajados antes de ser repartidos (Foenkinos añadiría aquí, en una nota, que la única que mantiene nombre, apellido y ocupación es la psicóloga/psiquiatra). Y sin embargo, estamos ante una obra esencialmente distinta, prueba de la versatilidad de su autor.
Mathilde no acaba de comprender ni asumir por qué la abandona Étienne después de cinco años de convivencia, hasta que descubre que es el regreso de su anterior pareja la causa de la ruptura. Ese hallazgo supone reinterpretar aquel tiempo compartido como un simple interludio para Étienne, al que Mathilde había ayudado a recuperarse de su propio fracaso.
El mecanismo de los celos entrará en funcionamiento con su devastadora maquinaria y sus ceremonias ineludibles: mensajes degradantes, registros, búsquedas en las redes, espionaje callejero. Será la hermana de la protagonista la que intente reflotarla y la acoja junto a su pareja y su hija. A partir de ahí el suspense se apodera de la narración, porque el lector intuye que a nada bueno puede llevar el creciente desequilibrio de Mathilde.
Las referencias literarias también están aquí presentes, aunque no de una manera tan relevante como en ‘La biblioteca de los libros rechazados’ donde Foenkinos se entregaba al divertimento de convocar a personajes del mundo de la edición francesa actual, desde los propios editores hasta críticos, periodistas y, por supuesto, autores, ya emergentes como Binet o más mediáticos como Beigbeder o Houellebecq. Y es que Mathilde es profesora de Lengua y Literatura en un liceo e intenta transmitir a sus alumnos su fascinación por ‘La educación sentimental’, la obra de Flaubert en cuyo protagonista masculino se ve reflejada, y cuyo sentimiento de derrota y desencanto parece abrazar.
Emma Bovary también se asoma tras las desmedidas ansias de lectura de Mathilde a las que, en coherente estilo indirecto libre, acaba esta por situar en el centro de sus desgracias, esas que tantas lectoras, porque ahora estamos en su lado del espejo, creerán reconocer.
Rafael Martín