Con su último libro Patricia Esteban Erlés ha obtenido el IV Premio Dos Passos, el más prestigioso en castellano a una Primera Novela. Y ciertamente ‘Las madres negras’ lo es, aunque aún persistan en el texto trazas del oficio de narradora de relatos de su autora, detectables en aquellos capítulos que funcionan como verdaderos cuentos cerrados. Está especialmente presente, además, su anterior obra, ‘Casa de muñecas’, una estupenda colección de microrrelatos acogedoramente siniestros que, con el soporte gráfico de Sara Morante, acompañaban al lector por las distintas estancias de la mansión infantil. Aquí, las habitaciones de aquella casa se transmutan en los personajes cuyas desgraciadas vidas, anteriores al ingreso en un sombrío hospicio, nos describe la autora.
Al ingresar en el orfanato de Santa Vela, la superiora Priscia les impone a las pupilas como nombre el de una virtud, aquella de la que, a sus ojos, están más necesitadas. Por eso la inquieta y rebelde Mida pasa a ser Obediencia, la fantasiosa Tábata se llama ahora Verdad, y la bella Pola, traicionada por sus envidiosas hermanas, Modestia. Y a partir de aquí la crueldad y el desprecio serán sus compañeras hasta que una misteriosa desaparición o la soñada adopción las liberen.
Otros muchos personajes, cada uno con su historia, transitan por el texto. Desde unas siamesas convertidas en el monstruo encerrado en un torreón, hasta la propia Santa Vela, antigua mansión de un fabricante de armas que su viuda convierte en laberinto para mejor confundir a los fantasmas de los soldados muertos que la persiguen. Pero también otros externos al hospicio, como el fabricante de muñecas adornadas con el pelo de las huérfanas, o la pareja noble obligada a esconder al heredero largamente esperado.
Aunque el personaje más terrible es un Dios con esa apariencia poderosa y marmórea de las deidades paganas, torturado por el tiempo invencible y envidioso de la mortalidad humana. Un Dios que ha perdido la inocencia creadora de su juventud y al que le gusta poner al descubierto las miserias de sus criaturas, encontrando en sus sufrimientos la mejor de las distracciones. Es Él quien dirige los pasos de Priscia hacia Santa Vela, y quien susurra a Mida la revelación que escandalizará a las monjas: “No creas tanto en mí, porque yo no existo”.
Creaciones de este calibre desmontan toda inclinación a creer que estamos solo ante una nueva variante del cuento infantil cruel por excelencia. Eso y el lenguaje que despliega Esteban Erlés para mostrarnos “ojos como heridas mal cerradas”, “hachas hambrientas” o “el arco incrédulo de las cejas”; y tenebrosas imágenes como la de las cabezas de lobo clavadas en estacas en el camino a Santa Vela, o la de los hombres pájaro de negras vestiduras cuyas máscaras de enorme pico les protegen de la peste.
Ya lo veíamos venir, pero sin duda estamos ante una digna heredera de nuestras damas del relato inquietante: Cristina Fernández Cubas y Pilar Pedraza.