Siguiendo el consejo de su editor, Jorge Herralde, Milena Busquets ha estado colaborando en prensa escrita estos últimos años para mantener el músculo narrativo en forma a la espera de enfrentarse a su próxima novela. Sus textos, sin embargo, han sido de todo menos simples ejercicios de mantenimiento. ‘Hombres elegantes y otros artículos’ los reúne en una brillante selección, a sabiendas de que su lectura y la de los artículos aislados son experiencias esencialmente distintas: el fogonazo de un texto solitario puede convertirse, por acumulación, en un espectáculo pirotécnico.
‘También esto pasará’, la segunda novela de Busquets, fue uno de los mejores libros publicados en 2015 en nuestro país. Desbordaba vitalidad a pesar de comenzar con un entierro y girar alrededor de una pérdida, quizás porque las sombras que la presencia de la muerte provoca realzan los contornos de las cosas vivas y consoladoras. La pérdida era, en realidad, la de la madre de la autora, Esther Tusquets, escritora, editora y figura emblemática de aquella ‘gauche divine’ catalana de los sesenta, mientras que la vida y el consuelo lo proporcionaban los amigos y amantes en los veranos de Cadaqués.
Esos mismos temas, la ausencia irreparable, los veranos reparadores y el recuerdo de aquella generación, vuelven a estar presentes en su nuevo libro, tanto como el aire alegre y luminoso o el tono irónico y sarcástico. Busquets reivindica la felicidad que procuran los sentidos y los afectos, aunque a veces permita que asome la amarga constatación del paso del tiempo y sus consecuencias: “Los mejores besos, como las mejores pelis y los mejores libros, te hacen pensar en la muerte, te señalan el precipicio con un dedo y te salvan en el último momento, y solo durante un rato”.
Y de besos, pelis y libros hablan estos textos. Del amor como salvavidas, del enamoramiento como feliz enajenación. De la conmovedora autenticidad de Lady Gaga en ‘Ha nacido una estrella’, de que el ‘Coco’ de Pixar trata de “la necesidad de no olvidar que fuimos amados”, o del “Fanny y Alexander” de Bergman al que intentó, sin éxito, conocer personalmente en Suecia. A Busquets le gusta contar y que le cuenten, por eso introduce, en unos pocos párrafos, pequeñas historias que carga de intriga y detalles, o nos relata la escena de una película o el argumento de un relato.
Al hablar de literatura recuerda a sus autores más queridos y a los que trató personalmente: a Umberto Eco, haciéndole dibujos mientras conversaba con su editora, a Juan Marsé en un Sant Jordi, a Ana María Matute y los avatares de su ‘Olvidado Rey Gudú’. Aprovecha sus artículos para expresar admiración por Natalia Ginzburg, dolor por la pérdida de Leonard Cohen, o entusiasmo ante las imágenes de un vídeo inédito de Proust. Pero también para hablar de Kate Moss, Maradona o Messi: el madridismo expresado por Marías en algunos de sus artículos tiene ahora, y en arena mediática equivalente, su contrapartida culé.
En cuestiones de actualidad a Busquets le molesta sobre todo el ruido de las vestiduras al rasgarse, no importa de qué lado provenga (véanse los comentarios sobre el ‘procés’). Pero es en la última parte del libro, de las tres en que está dividido, cada una con su particular orden cronológico, donde ha concentrado las opiniones más beligerantes. No más originales, pero sí indicadoras del lugar desde el que nos habla: quizás en su mundo de hombres elegantes sea suficiente con “el clásico bofetón de toda la vida” para quitarse de encima a individuos con las manos demasiado largas, defensa que prescribe la autora en lugar de criminalizar a molestos acosadores.
En ese resbaladizo terreno también comparte algún lugar común, como cuando afirma de cierta dirigente conservadora que “hizo más por la causa de las mujeres que las que ahora se desgañitan tan a menudo y nos explican (como si fuésemos idiotas nacidos ayer) en qué consiste el feminismo”. Nótese el masculino inclusivo, que no solo usa aquí. Pero de todas formas ya nos avisaba en el prólogo: “confieso que a veces intento también chinchar y molestar un poco, pero solo un poco, y solo a los biempensantes y a los puritanos de nuevo cuño”.
Finalmente, para no dejarnos con el estridente ruido de la provocación rechinando en nuestros oídos, el libro se cierra con el artículo que le da nombre, uno de esos textos de afinación precisa que nos recuerdan los beneficios que la buena literatura puede proporcionar. Tomemos nota de la receta.
Solo he leído “Hombres elegantes”, es suficiente.
En mi larga vida creo que nunca me encontré con una persona tan previsiblemente “progre”.
No hay una sola línea en que no deja de serlo.
En eso podría perfectamente pertenecer a una cierta clase media argentina. Lo que no es un elogio.