Derivar, u obtener, literatura de las imágenes no deja de ser, mutatis mutandi, un remedo de la labor del escritor. ¿Acaso no es su objetivo obtener de las ‘imágenes’ de la realidad su texto o argumento? Cuando menos en parte: como referencia material, como escenario
Así parecen reconocerlo los autores, pues en el encabezamiento a una interesantísima Introducción podemos leer: “Toda imagen es el relato de una mirada sobre algo” Y, a continuación, Hockney nos traslada una reflexión a propósito de un dibujo de Picasso que es realmente revelador e indica hasta qué punto la imagen es capaz de concitar no solo una pretensión de gusto por el color, sino una forma de percepción que tiene que ver más con la filosofía que con la mirada: “Vi una vez un cuadro maravilloso de un búho de Picasso. Hoy, un artista podría coger el pájaro, disecarlo y meterlo en una jaula: taxidermia; pero el búho de Picasso es el relato de un ser humano que mira un búho, mucho más interesante que un animal disecado” Esto es, la imagen puede propiciar el deleite de un mirar físico, pero en la medida de que el hombre es el que mira –todo está hecho a su medida, para su apreciación- ésta posibilita también un mirar interior, un mirar ontológico. Lo otro es lo inmediato, esto es continuidad, es futuro y en potencia traslada el significado de la imagen más allá de su inmediata realidad.
También ha llamado mi atención otra reflexión incluida en este magnífico libro donde la imagen adquiere una dimensión nueva al ser pensada y comentada, cuando, en la p. 54, podemos leer: “Cuando Manet comenzó a pintar en las décadas de 1850 y 1860, volvió la pincelada y regresó la falta de elegancia. Al ver una exposición de pintura académica francesa del siglo XIX se me ocurrió que esto era a lo que se oponían Manet y sus aliados. Y ganaron la batalla: la pintura viva contra la aburrida” Es cierto que en este a modo de manifiesto lo que se expresa es una forma de gusto, y como tal no ha de hacerse extensivo como referente. Ahora bien, denota una forma libre de mirar sin desmerecer, desde luego, el posible formalismo anterior, sino sencillamente una forma de distinguir con la mirada, una manera nueva de ver-sentir la realidad que la imagen nos ofrece.
Magníficamente editado, el libro es un autentico gozo para los sentidos por cuanto, basado en una elección muy rica de imágenes a lo largo de la historia, se subdivide en una serie de apartados didácticos que, gracias al diálogo mantenido por los dos autores acerca de estos soportes gráficos más o menos enfrentados, comparativos, ayuda a establecer un vínculo estético que es un verdadero lujo para todo observador atento. Aquí se invita, de alguna manera, a reparar en el concepto de civilización y a interpretar la realidad más en su sentido trascendente que en su sentido mimético o de un realismo estático sin más.
Considero que la traducción resulta muy atinada, y el hecho de que un artista, Hockney, y un crítico de arte, Gayford, vayan intercalando sus consideraciones estéticas y razonamientos al hilo de la exposición de las imágenes que aquí se recogen, convierten al libro en un referente tan vivo como inestimable, una especie de enciclopedia para el bien mirar. Su sensibilidad y conocimientos, desde luego, es quien les permite hacer comentarios tan sustanciosos como oportunos para cualquier espectador: “Aunque ahora se piense que Euclides no escribió la Catóptrica, este tratado –que obviamente fascinaba a Velázquez- demuestra la antigüedad del interés humano en los espejos. Son, de hecho, tan antiguos como las imágenes” Con razón, el propio Hockney dice: “Siempre me han encantado las imágenes, me dan ideas”
De eso se trata al observar con detenimiento
Ricardo Martínez
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