“Cada vez que me ve, dice: ‘Me odias. Sé que me odias’. Voy a hacerle una visita y a cualquiera que esté presente -un vecino, un amigo, mi hermano, uno de mis sobrinos- le dice: ‘Me odia. No sé qué tiene contra mí, pero me odia’. Del mismo modo, es perfectamente capaz de parar por la calle a un completo desconocido cuando salimos a pasear y soltarle: ‘Ésta es mi hija. Me odia’. Y a continuación se dirige a mí e implora: ‘¿Pero qué te he hecho yo para que me odies tanto?’. Nunca le respondo. Sé que arde de rabia y me alegra verla así. ¿Y por qué no? Yo también ardo de rabia”.”
He tenido y posado este libro en las manos varias veces. Tras el premio otorgado por los libreros de Madrid me decidí. Hoy traigo a mi estantería virtual, Apegos feroces.
Vivian, autora y protagonista de estas memorias, pasea con su madre por Manhattan mientras conversan a ratos. En estas conversaciones salen recuerdos del pasado como si fueran el propio presente y también salen a la luz las diferencias y parecidos entre ambas mujeres, y la dificultad que entraña una relación madre e hija.
Cada vez que leo que este es un libro honesto, me llama la atención. No por nada, yo también uso esa palabra con muchos libros, cuando me resulta verosímil o real lo que cuentan en ellos, pero en este caso estamos ante un libro de memorias. Y las memorias, por definición, han de ser honestas. Eso hace que me pregunte qué tienen los paseos entre una madre y una hija durante tres años para que esa sea la palabra que mejor los defina. Y entonces me pongo a leer.
El libro, y sobre todo en la primera parte, trae al presente un pasado en un edificio del Bronx que retrata fielmente en una época identificada pero que podría perfectamente verse trasladado de ciudad, incluso de año. Esos vecinos y, sobre todo, vecinas que se relacionan por prosimidad, en las escaleras, los descansillos, el barrio. Un retrato de “el todo”, el momento, por “la parte”, el edificio. Y empezamos a conocer a la Sra Gornick, una mujer dura que se casa con un hombre al que se consagra en vida y también en viudedad ya que no sale del papel de viuda una vez su marido fallece. Quizás su contrapunto sea Netti, la vecina, un personaje magnífico que opta por serntirse liberada de su marido y disfrutar y tener sexo alegremente. Y en mitad, en el centro de la novela, está la autora. Una mujer de casi cuarenta a la que vemos de niña mirando todo y recogiendo información y conductas mientras busca el tipo de mujer que quiere ser.
También hay hombres en el libro, de hecho están el padre y el hermano de la autora. Pero no tienen relevancia para lo que se nos está contando. Gornick habla del crecimiento y la búsqueda, de la dificil relación entre una madre y una hija que se ven fracturadas por una sensación de incomprensión y de esa chispa de rabia que salta entre ellas quizás por todo lo callado durante años y años.
El tono del libro, pese a todo, es nostálgico, casi triste. Incluso cuando habla en la última parte de relaciones fallidas en las qe parece querer buscar a la mujer que es, percibimos un poso de tristeza. Pero quizás es en el narrador plural el que más me ha impactado, el más real y a la vez más solitario. De hecho, cuando uno termina el libro y lo cierra no puede evitar pensar en esa madre que tal vez descubriera el libro ya publicado en uno de sus paseos, en un escaparate, y en lo que hubiera opinado en caso de leerlo. Y justo depués uno no puede evitar pensar en madres e hijas.
Apegos feroces me ha gustado. Entiendo que sigue una estela de publicaciones entre mujeres marcadas por las relaciones con las madres o las hijas, todas ellas perfectas en sus imprfecciones, todas con silencios y rencores ocultos, silencio, rebeldía y amor.
Por Entre montones de libros