Ruiseñores de Inglaterra de VVAA

Podría decirse que hay, en este libro, un doble homenaje poético: a la poesía inglesa de una parte, y al ruiseñor como complementario de la misma, éste como adalid del canto enamorado, del canto de amor. Tal es: el libro tiene como tema preferente la idea, la sustancia, la percepción –digamos- del amor. Un tema recurrente donde los haya en la literatura, acaso porque, tratándose de una de las pre-ocupaciones más reiteradas en la vida del hombre, su alusión resulta inexcusable en todo discurso no solo emocional sino, sencillamente, expresivo, de identidad, de especulación imaginativa.
Ahora bien, el autor-compilador (el poeta y traductor José María Álvarez) quiere proponernos aquí un regreso a una poesía que ha impregnado buena parte del ideario amoroso al tiempo que ha sido, por su naturaleza, un reclamo sintiente a todo corazón que haya aludido, pensado, al amor: “Son del ruiseñor los más altos acentos y sobre todo esa voz definitiva que le regalarían los románticos”, escribe, justificando la elección de esta ave cantora y nocturna, como no podría ser menos para el decir del Romanticismo. Al tiempo, el libro “no pretende sino breves composiciones que sirvan como acompañamiento de un bello atardecer” Para ello inicia su recopilación poética por Shakespeare: “Anoche me despertó el ruiseñor, /Anoche. En el silencio del mundo/ Su canto venía fundido con el brillo de la luna/ desde la fronda de la colina”.
Luego, con un criterio aproximadamente cronológico, va desgranando ejemplos de la alta poesía inglesa que expresa, por lo común, el sentimiento con mesura, y siempre con una delicada claridad expositiva. Por ejemplo Chaucer: “…y elevan su dulce melodía/ Velando en la noche con abiertos ojos/ (Así Naturaleza en el pecho les arde)” o Skelton “Vida que a Dios place, /Escuchar a este ruiseñor, /entre las menudas aves, /Iluminando el valle con sus trinos” O el propio Keats, en un canto bien contenido: “La voz del ruiseñor/ Nunca es en vano. Afirma/ Lo divino, inefable, verdadero”.
De los autores más próximos en el tiempo cita, merecidamente, a Walter de la Mare: “Nuestros sueños son relatos/ Contados en el remoto Edén/ Por los ruiseñores de Eva” Y concluye, al fin, con un cierto tono épico que resalta, como trasfondo, el canto más deseado: “¡Conquistador del mundo! Pero ese César/ Era menos, para la Belleza, que un ruiseñor”.
Para la Belleza; he ahí, al parecer, el destino último pretendido por el poeta antólogo como referente del hombre que ama y sueña.
Reseñado por Ricardo Martínez-Conde. https://www.ricardomartinez-conde.es/