La alusión al amor –a la condición del amor, a los secretos del amor a través de los distintos relatos elaborados por grandes autores, en ocasiones amadores- suscita ya en el lector una atención premeditada, casi preconcebida, pues tal potencia del alma nos alude de una manera inexcusable y todo humano reclama para sí, en algún momento, algún protagonismo en materia tan lábil, sugeridora y propensa al gozo y al dolor.
Pero he aquí que, en un momento dado, a la fiesta se une la palabra, y entonces el eterno y delicioso mal corre el riesgo de derramarse sin medida. Por ejemplo cuando alguien escribe-dice: “Llevaba un vestido de terciopelo nacarado, y de sus amplias mangas forradas de armiño salían unas manos patricias de una delicadeza infinita, de dedos largos y torneados, y de una transparencia tan ideal que dejaban pasar la luz como los de la aurora” Claro está, no solo la aludida, sino cualquier oyente querría ser, creo, la destinataria de tales virtudes-cualidades. No es normal, de ahí el milagro de las pasiones desatadas por causa del bien y delicado decir. Más, he ahí una descripción bien sencilla de la literatura como mensaje y como un bien. Más, teniendo como tema destinatario el sentir de amor.
“Tengo todos estos detalles tan presentes todavía –continúa el amante enamorado- como si fueran de ayer, y, aunque yo me hallara en una profunda turbación, nada se me escapaba: el más ligero matiz, el pequeño lugar en el ángulo de la barbilla, el imperceptible vello en las comisuras de los labios, lo aterciopelado de su frente, la sombra trémula de las pestañas sobre las mejillas; yo captaba todo con una lucidez sorprendente”. Y yo también, dirá para sí el lector, si a mí me moviese una idea tan sutil y pura e interminable (presuntamente) del amor. Éste, el amor, es quien ha movido los verdaderos hilos de la historia, él quien ha generado las tragedias más hondas y hermosas y el que ha provocado el ensanchamiento de cualquier atardecer que los tiempos hayan engendrado.
Alguien, en clave más prosaica, sostenía no hace mucho que la palabra amor en un título de un libro multiplica -por instinto- las ventas; si, además, el contenido del libro recoge textos amorosos de escritores como Balzac, Baudelaire, Chejov, Proust o Zola, poco habrá que añadir a las razones de lectura. Salvo, ha de decirse en justicia, que el antólogo y prologuista y traductor –minucioso como pocos- sea un nombre tan acreditado ya en nuestras letras (sobre todo del idioma francés) como lo es el de Mauro Armiño.
Así pues, amigo lector, dispón tu mejor ánimo a la lectura, al gozo del sentir imaginativo; el tiempo te será propicio
Reseñado por Ricardo Martínez-Conde. https://www.ricardomartinez-conde.es/