En su fructífera búsqueda de autores de calidad contrastada pero desconocidos para nosotros, Sajalín Editores ha dado con dos excelentes escritoras americanas de relatos. Primero fue Jean Stafford, cuyos cuentos recogidos en ‘Los niños se aburren los domingos’ le procuraron el Pulitzer en 1970. Ahora se trata de Stephanie Vaughn, cuyo único libro hasta la fecha, ‘Alfa, Bravo, Charlie, Delta’ en su versión española, fue publicado en 1990 reuniendo una decena de textos aparecidos en diversas revistas desde 1978.
Sobresalen en ellos las voces narradoras, casi siempre en primera persona, de mujeres jóvenes, decididas y optimistas, o al menos con la serenidad suficiente para leer con provecho los acontecimientos cotidianos. Y entre esas voces destaca la de Gemma Jackson, alter ego de la autora, que se encarga de la mitad de los textos y de abrir y cerrar el volumen. Lo hace con sendos relatos que narran la estancia y despedida, respectivamente, de la familia Jackson de Fort Niágara, uno de los destinos del padre militar. Consigue Vaughn así conferir al conjunto cierta idea de unidad, y trasladar a la ficción su propia experiencia nómada y cuartelaria.
Pero las historias en las que Gemma desgrana sus recuerdos van más allá de ese contexto para centrarse en los miembros de su familia: un padre ejemplo de rigor y obsesionado con los esquimales y el ártico desde su estancia en Groenlandia, una madre reservada y confiada en superar las crisis personales o internacionales, una abuela de religiosidad intransigente que se dedica a vigilar con prismáticos las posibles incursiones de aviones rusos, o un hermano, protagonista de ‘El pequeño MacArthur’, que se aísla en una granja a su vuelta de Vietnam.
Vaughn construye sus textos encajando piezas que terminan por completar el dibujo de unos caracteres y unas situaciones que, aun con su propio brillo, aquellas no podrían definir aisladas. Las hay escabrosas, divertidas, inesperadas y, entre ellas, siempre alguna especialmente impactante, la que determina o sugiere el sentido del relato. Tiene la autora, además, esa virtud de la precisión que permite a los grandes escritores de cuentos describir, sin aparente esfuerzo y con certera economía, los detalles más sutiles o las escenas más tumultuosas.
Completa su arsenal estilístico un fino sentido del humor que se torna explosivo en ‘La televisión nos lanza al universo’, donde dos jóvenes nada convencionales cruzan sus caminos al sufrir sendos accidentes sobre el hielo de la carretera, ella dirigiéndose a una fiesta y él de vuelta de un concierto de Springsteen. La ubicua presencia de una televisión encendida es, por otro lado, un elemento recurrente en los relatos: ya sea con violentos dibujos para niños, con películas que sirven de fondo a una conversación, o con preocupantes documentales sobre ácaros domésticos.
Finalmente, será en los detalles donde debamos buscar los elementos de denuncia de la sociedad americana del espectáculo y la alienación: periodistas que descartan un accidente por poco sangriento, museos de objetos peregrinos, evidencias de manipulación de la historia americana, crueldad gratuita en los conflictos bélicos. Pero a pesar de todo ese lastre moral, en los relatos de Vaughn acaba imponiéndose una frescura entrañable y luminosa.