El maestro irlandés y Premio Príncipe de Asturias sorprende con la mejor entrega de Black hasta la fecha. …
Sólo faltaba esto, era cuestión de tiempo.
La sombras, las tan recurrentes, incisivas, presentes y persuasivas ‘sombras de luz’ que no solo acompañan, sino que cubren una enorme extensión en las obras de Black/Banville, aparecen ahora para descubrir, o poner de manifiesto, el interior de ese forense detective que encierra en sí toda una simbología de inteligencia, constancia y voluntad de justicia, algo que muestra en todas sus historias el personaje creado por este autor.
El caso es que las sombras son reiteradas, es cierto (a veces funcionan muy bien, en su relación con los innumerables efectos que la luz también va dejando en el rastro de las historias de este irlandés ilustre) pero diríase también pertinentes. Tal vez, eso sí, demasiado reiteradas (siempre creando un escenario sicológico similar) y casi demasiado pertinentes. Permítaseme decir aquí que, en una ocasión, tuve la oportunidad de señalarle al autor este rasgo distintivo en su narrativa, a lo que él respondió con sencillez: “es que de joven he querido ser pintor”. Pues bien, sea: ahora los colores, cabe decir, tienen no solo la naturaleza de materias distintivas de gradación pictórica (¡qué decir de los ‘famosos’ reflejos en tantos de los trasfondos de lo que el escritor describe) sino que ofician como un estado de conciencia casi, como un grado no desvelado de intriga. En fin, que cada lector estime y pondere.
La historia en sí, por lo demás, está muy bien imbricada en la colocación de las piezas, salvo, quizá, la muerte final de ese poderoso representante institucional. Demasiado casual sin reparar en las consecuencias que, en la realidad, hubiera tenido el asunto. Ahora bien, la intriga está elaborada con la maestría debida a un gran escritor como le es éste Black/Banville (es conveniente, creo, no separarles en exceso)
Como casi siempre, tal historia encierra una voluntad de justicia social y ‘reparadora’: las instituciones Gobierno e Iglesia son dominantes, opresivas y corruptas. En este caso, conchabadas, propician, con enriquecimiento para algunos, la venta de recién nacidos a Estados Unidos desde las ‘Maternidades’ eclesiásticas. Un hijo de un luchador social lo descubre y es asesinado por orden de uno de los cargos implicados (el mismo, qué curioso, que había ordenado dar un escarmiento al propio investigador Quirke años ago, dejándole secuelas de ello) La justicia social ha tardado, pero el inductor muere asesinado casi tal como él había dictado la muerte del hijo del ‘anarquista’ social. Nada se sabe; la policía (el amigo del forense) nada quiere saber.
En medio los amores más o menos furtivos de Quirke, el noviazgo tambaleante de su hija, la amistad (resaltada casi como ejemplo) con el inspector de policía… Puro Banville/Black. Buena literatura, sin duda, siempre: las piezas muy bien ordenadas en general. Ojalá la próxima entrega contenga, eso sí, menos casuística que a veces parece demasiado premeditada; la presencia de la dualidad luz/sombra, no obstante, no faltará a buen seguro, pero su añadido estético tiene siempre un raro efecto compendiador, reparador, así que: sea, a pesar de su presumible, inexcusable presencia.
Por Ricardo Martínez-Conde