Nigeria: Te odio amor mío
Cada día es del ladrón es una novela breve de ideas, elegante, consistente, casi un reportaje en el que la mirada del narrador funciona como una cámara mientras su voz nos pone en contacto con la realidad actual de su país, Nigeria y de su ciudad Lagos.
Cole parte de un personaje con reminiscencias de su Julius (Ciudad Abierta), psiquiatra, afincado en EEUU desde hace años, que viaja a Nigeria. Sabiendo de antemano que el mecanismo que engrasa las relaciones sociales es el soborno. Su protagonista se mostrará ojo avizor al respecto para percibir las mejoras al respecto. Tristemente sus años en Norteamérica han aguzado su sentido del estado del bienestar y es en la misma oficina consular neoyorquina -a la que acude para renovar su pasaporte- donde descubre que la trampa sigue allí, a la vista, totalmente viva aun a miles de kilómetros de su país.
La vida en Lagos es una retahíla de sinsentidos: un sitio donde los policías detienen rutinariamente tráfico para cobrar sobornos, donde la electricidad de procede generadores a gasoil que hacen imposible dormir de noche y donde los ladrones de 11 años de edad, son maniatados con un neumático para ser empapados de queroseno y quemados hasta morir.
Cada día es del ladrón es una obra comprometida socialmente que desnuda las miserias de un sistema político en el que el problema es señalar el problema y los antipatriotas son aquellos que como nuestro protagonista no ven normal lo que sucede.
No obstante ni siquiera el personaje de Cole está limpio. Tiene sus pequeñas o grandes deudas con aquellos del pasado o del presente a quienes prometió ayuda. Uno se pregunta si hay algo peor que vivir continuamente atenazado por una sociedad así, sin poder salir del país ni cambiarlo. Y la respuesta está bien cerca. Su compatriota Chimamanda Ngozi Adichie demuestra que es aún peor siendo mujer.