El número 7 está considerado el signo del pensamiento, la espiritualidad, la conciencia. Y el poeta Rainer María Rilke le reserva un lugar de privilegio a estos valores precisamente en su elegía número 7. Le reserva la invocación del amor; un gesto sublime y acorde a la armonía que tal cifra representa: ”No súplica de amor, no llamamiento/ postrado, sino voz entrañable –que la/ esencia de tu grito no sea un lamento”.
El poeta cree como pocos en el amor. Podría decirse incluso que su corta vida la dedicó a desentrañar los secretos del amor, a ahondar en esa emoción intensa, precaria y eterna, dulce y amarga del amor. Por eso su canto resulta de una consciencia humana inexcusable: “Gritarías, es verdad, con la pureza con/ que canta el ave/ cuando la estación la eleva, la sublima, /casi olvidando que es apenas un animal/ desmedrado y un corazón solitario”.
Pero he aquí que la soledad necesita la presencia de su complementario para existir, lo mismo que el antídoto gozo-amargura constituyen, por sí, la esencia del amor. Dualidad, certeza y duda, presencia y ausencia. “Un corazón solitario –continúa el poeta- que él arroja al sereno azul y exalta/ la alegría íntima de los cielos” Qué imagen tan serena y abarcadora a la vez: no solo alegría, sino la alegría más alta y trascendente, la de los cielos.
Y vuelve aún sobre el rapto del amor, dejando expreso ese deseo que arrebata y al que, por ello, se entregan todas las fuerzas. ¿No es, acaso, el objetivo del amado la procura de la presencia de la amada? Escuche-atienda, entienda el lector: “Tú, como él, sin duda pedirías que/ la amada, aún invisible, te descubriera” Así se cumple el ciclo de la pasión, el anhelo, la deseada ternura…
Hasta aquí sólo un fragmento de uno de los cantos de amor más sublimes que haya dado la literatura universal. Continúe, ahora, el lector; complete la emoción no solo en la lectura sino, lo que es más importante, para sí, para renovar su sentimiento eternamente vivo.
Él, al fin, en su condición de lector es quien re-crea, quien lleva un poco más allá el mensaje que el poeta ha dejado, dándole así nueva vida.
Rainer Maria Rilke (Praga, 1875 – Montreux, 1926) es uno de los mayores poetas del siglo xx. En la tradición europea su obra es sólo comparable a la de Friedrich Hölderlin. Para muchos, él es el arquetipo mismo del poeta. Abandonó todo —país, propiedades, familia— para entregarse por completo a la poesía, con una pasión y una radicalidad que rara vez se halla entre los hombres. Tuvo una vida errante. Viajó por África, Rusia, y por casi toda Europa. París fue, sin embargo, la ciudad que por más tiempo lo acogió, y que con mayor fuerza marcó su vida. Todos sus gestos estuvieron dirigidos al cumplimiento de su obra, cuya culminación son las Elegías de Duino, escritas a lo largo de diez años. Entre sus numerosos libros podemos destacar los Sonetos a Orfeo —un libro tan perfecto como las Elegías—, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, El libro de las imágenes y los Poemas a la noche. Muere de leucemia a los 51 años. Su epitafio, escrito por él mismo, dice: «Rosa, oh pura contradicción, alegría / de ser sueño de nadie bajo tantos / párpados». – See more at: https://www.sextopiso.es/8416-rainer-maria-rilke/#sthash.8bOBabeO.dpuf
Ficha técnica
Traducción: Juan Rulfo
Colección: Poesía
Formato: 13 x 20 cm.
Género: Poesía
Páginas: 152
ISBN: 978-84-16358-23-6
Precio: 16.00 €
Las Elegías de Duino figuran entre los poemas más bellos y más profundos que la literatura nos haya podido legar. Son un pasaje entre el mundo invisible y el visible. Una exploración por los desfiladeros donde lo terrible anida. Una meditación sobre la tierra diáfana y oculta de los muertos. Una revelación sobre lo efímero y lo indestructible de la vida. Una celebración de la tierra y de todas las cosas que la habitan. Un diálogo entre el hombre y el ángel. Uno de los escalones más altos a los que hemos llegado para alcanzar nuestra completa humanidad. «Una tormenta sin nombre, un huracán del espíritu», así las definió Rilke.
Las Elegías son uno de los poemas más traducidos a nuestra lengua, pero nunca por un escritor cuya importancia sea comparable a la de Juan Rulfo. No se trata de una traducción, sino de una recreación, de una reescritura, de una nueva obra en sí misma. Este libro nos hará leer de forma muy distinta, por siempre, tanto la obra de Rulfo como la de Rilke, dos de los más grandes poetas de nuestro tiempo.