Cuidar de los clásicos internacionales es una tarea que se están tomando muy en serio en nuestro país editoriales como Alba, Sexto Piso, Valdemar, dÉpoca, Alianza o Funambulista, entre otras. Para ello recurren a cuidadas ediciones en las que un formato y una presentación atractivos van acompañados a veces del trabajo de reconocidos ilustradores. Pero sobre todo valoran la necesidad de poner a disposición del lector las traducciones más logradas, un factor que puede marcar la diferencia entre una lectura fascinante o una penosa y anodina experiencia, y que de hecho pone distancia entre algunas ediciones de saldo y estas otras a que nos referimos.
Alianza Editorial dedica una de sus colecciones, la Biblioteca de Traductores, a esa labor de perfeccionar versiones castellanas de obras cuya calidad incuestionable es así mejor apreciada. En ella se incluye el excelente trabajo que Pepa Linares, ganadora el año pasado del Premio Ángel Crespo de Traducción, ha llevado a cabo con la novela ‘El inocente’ del controvertido y siempre excesivo Gabriele d’Annunzio, la más conocida de uno de los más importantes autores del XIX italiano, cuya versión cinematográfica sería el último trabajo de Luchino Visconti.
Se trata del exquisito estudio psicológico de una mente dominada alternativa o simultáneamente por el odio, los celos, los remordimientos, la culpa, el deseo de expiación, o el deseo a secas; todas las emociones que pueden asaltar a una mente morbosamente sensible cuando la pasión amorosa se desboca. Y esa mente es la del narrador Tullio Hermil, cuyas infidelidades son causa de mortificación para su esposa Giuliana, y que parece dispuesto a sentar cabeza a raíz de una delicada intervención quirúrgica de aquella. Todo esto, así como el sufrimiento infligido por la inconstancia de esos propósitos, nos es relatado en el capítulo introductorio. El resto de la obra queda a disposición de un autor que consigue como pocos transmitir la desesperación del marido que, justo cuando está decidido a encauzar su vida, ahora sí sinceramente arrepentido, descubre un episodio de infidelidad de su mujer.
No descubrimos nada nosotros si adelantamos que ese desliz tuvo un fruto inocente, causa de la subsiguiente tortura del protagonista; un desquiciamiento cuyas consecuencias, que aquel relata en la primera página, vienen a emparentarlo con el Raskolnikov de Dostoievski, y no solo por la inquietante preparación de su proyecto, sino también por sentirse al margen del juicio de los demás, y por buscar imperiosamente un interlocutor con quien desahogar su culpa. Por su parte, el influjo de Tolstói se hace patente en algunos protagonistas, como el hermano de Tullio, deseoso de acercarse a los agricultores que trabajan en sus tierras y mejorar sus condiciones de vida; o el noble campesino padrino de la criatura.
Pero no todo es el relato de los angustiosos y obsesivos razonamientos que enajenan al protagonista. D’Annunzio convierte además su novela en una experiencia para los sentidos, a través de la descripción de los luminosos paisajes mediterráneos; del griterío de las golondrinas que sobrevuelan la casa solariega plagada de sus nidos; del sabor salado de las lágrimas de Giuliana; del olor exuberante de las flores del jardín salvaje; o del tacto de la piel fría y enferma. Todo un despliegue de virtuosismo.
Es sin duda de agradecer este esfuerzo editorial que permite una aproximación con garantías a una obra de una intensidad, estética y moral, sorprendente: la oportunidad para un descubrimiento inesperado o un reencuentro agradecido.