por Miguel Ángel Carmona
Me sorprende el consenso que se ha generado al tratar de determinar el tema de este Modelos animales (Salto de Página, 2015), entre reseñadores y críticos: muchos coinciden en elegir la violencia.
La violencia está presente en el texto, no cabe duda. Si se me permite la metáfora, diré que la violencia ha metastatizado e invadido sus cuentos —de manera irregular—, aunque cada uno de ellos, al igual que los órganos de un cuerpo, sigue manteniendo, por el momento, su funcionalidad de manera autónoma.
Precisamente el mayor logro de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) es plantearnos una colección de relatos cuyos protagonistas —la mayoría de ellos— son personajes redondos y, por lo tanto, contradictorios y en evolución; lo que nos impide, si hacemos un análisis serio, estimar que su tema sea una sola cosa.
El primer relato, que le da nombre al libro, trata sobre un personaje en el que la autora vuelca sus relexiones sobre el narcisismo, la inseguridad y la soledad del emigrante, a través de aspectos concretos de la realidad, más o menos anecdóticos, como el frío, el teatro y la violencia: de estos, los dos primeros surgen claramente de la experiencia de la autora, mientras que el tercero se comporta más como un recurso escénico.
En El doble —un relato con dos versiones simultáneas maquetado a dos columnas—, la estructura del viaje, externo e interno, enmarca una evolución inmejorable de la protagonista empleando un recurso que Aixa de la Cruz maneja a la perfección, presente también en otros relatos —True milk, El Cielo de Bilbao—, y que constituye uno de los pilares de este oficio: ganar al lector para la causa de un personaje de modo que, páginas más tarde, mientras este desfila inevitablemente hacia el desastre, aquel esté dispuesto a no creer en el destino que el escritor le tiene reservado con tal de que se salve; del mismo modo que conservamos secretamente la esperanza de que el final de una película trágica cambie la segunda o tercera vez que la vemos.
De eso creo yo que va este libro. De querer a personajes que, en principio, no deberían ser queridos, por el simple hecho de que son mostrados con honestidad, con sus taras y sus extrañas virtudes; entre ellas, la imperiosa necesidad de sobrevivir y la nefasta capacidad de hacerlo siguiendo las convenciones sociales.
Modelos animales es un ejercicio de equilibrismo emocional. Los personajes transitan el alambre con los pies descalzos; les sangran las llagas; unos caen y otros llegan a la cofa opuesta. Violencia es verlos caer. Así piensa la protagonista de El doble:
“[…] la fascinación culpable del voyeur impresa en sus rostros. Hay algo considerablemente obsceno, casi diría que festivo, en presenciar en vivo y en directo cómo un hombre se desmorona.”
De eso va, en cierto modo, el último de los relatos: Abu Grahib. Su protagonista es, probablemente, el personaje más plano de todo el libro, sin que esto suponga por sí mismo algo malo. En realidad, es el único cuento al que yo le atribuiría como tema la violencia, entre otros. La relación entre ésta y la literatura o, más exactamente, entre la delincuencia y los escritores fue abordado por José Ovejero en su ensayo Escritores delincuentes (Alfaguara,2011). Allí expone el caso de Jack Henry Abbot, anécdota que sirve de punto de partida para este cuento; pero trata además otros, como el de Abdel Hafed Benotman, Jean Ray o Karl May, por citar algunos. Ovejero, al igual que Aixa de la Cruz, construye —él valiéndose de la documentación, ella de la imaginación—, personajes redondos, contradictorios y coherentes dentro de su locura, a partir de una materia que un escritor menos hábil hubiera transformado, inevitablemente, en clichés.
Independientemente de que las voces de Modelos animales suenen, en ocasiones, parecidas, Aixa de la Cruz crea universos emocionales únicos y creíbles. Quizá, su formación como dramaturga la precipite hacia el estudio interior del personaje y, a la vez, le dificulte la función interpretativa, aunque esto es ya conjeturar demasiado.
Después de leer Modelos animales se me ha venido al recuerdo Trescientos días de sol, ese conjunto de relatos que Ismael Grasa publicó en Xórdica en 2007 —y que le valió el Premio Ojo Crítico—. Los reseñadores públicos debieron sudar lo suyo para catalogar su tema, aunque ya la propia editorial les dio un cabo del que tirar: “el delito o su posibilidad”.
En realidad, como podrán imaginar, no había ningún tema, o había tantos como relatos. Los cuentos estaban compuestos por acontecimientos tan anodinos que uno tenía que hacer un verdadero ejercicio de abstracción para darse cuenta de lo que estaba leyendo: el imaginario de su autor fragmentado y convertido en múltiples mundos interiores. Carver tenía la costumbre de escribir las frases que le gustaban en “fichas de tres por cinco” y clavarlas en la pared de su escritorio. Yo, tengo varias suyas en el mío siguiendo el mismo sistema. Una de ellas dice: “Tú no eres tus personajes, pero tus personajes sí son tú”. Espero que en el caso de Aixa de la Cruz sea así y no a la inversa porque, si no, tomarme un café con ella iba a darme mucho miedo.